dijous, 25 d’agost del 2016

OCEAN, SUTIL

 
Curioso post: la obstinación de la gente de Youtube por hacer inaccesibles los vínculos que voy colgando hacen que cada vez que accedo a renovarlos me decida a añadir algún concepto a mi opinión sobre el disco. 
No sé cuánto rato va a durar este juego.

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Algo de ojo tendré para esto. Los cuatro años que ha tardado Frank Ocean en entregar su segundo disco no han hecho más que confirmar lo magnífico de Channel Orange y cómo éste creció con el tiempo y caló entre la gente. De qué, si no, una expectativa de tal tamaño y toda esa liturgia habitual de anuncios de fechas, anulaciones, retrasos,  que sólo suele darse cuando se habla de algo importante. Y Ocean ha demostrado, por lo menos, madurez y personalidad como artista, la suficiente para no ceder a lo sencillo en apariencia, que hubiera sido confeccionar un disco de estructura parecida al anterior, consiguiendo evitar el fácil recurso de buscar equivalentes a las canciones más destacadas de esa obra magna.
 Y eso es algo que aquí se respeta mucho. 
Qué difícil, es, por eso, evaluar de primeras un disco que apenas se ha podido escuchar entero unas pocas veces. También en eso se ha demostrado la importancia de Ocean. Cuántas reseñas de primera escucha, cuántas impresiones iniciales, posiblemente precipitadas, que no hacen más que demostrar que este mundo ya ha sido cambiado, para siempre, por la presencia de internet. Horas tardó en estar disponible para descargas, horas para asimilar la sorpresa relativa, y vamos, oigamos el disco, juzguemos los primeros, que el que da primero da dos veces. Incluso con el juego del despiste al que se entregó Ocean publicando ese experimento de outtakes llamado Endless.
Blond no tiene el impacto inmediato de su antecesor. Pasma que la canción que lo abra contenga una parte vocal inicial con el pitch acelerado. Sorprende que las partes vocales sean tan dominantes, que las instrumentaciones sean en algunos momentos tan escasas, tan espartanas. Aunque las capas se van revelando, y un oído bregado pronto empieza a descubrir detalles que fascinan. Es posible que sea uno de esos discos a los que mucha gente le va a costar entrar. Los ritmos están algo relegados, son lentos y perezosos, estructuran las canciones, pero no se hacen con ellas. Las canciones son cortas, nada de diez minutos con cambios de ritmo. No hay Pyramids, y los equivalentes a grandes cumbres como Sweet life son más en espíritu que en sonido. Puede, por eso, que sea algo pronto para que Ocean entregue su Behaviour particular. Pero lo que no ha hecho, seguro, ha sido ceder a entregar un disco borracho de gloria previa. A lo mejor se trata de un acto de prepotencia muy sutil. Cuántas suposiciones. Qué pasará en unas semanas, en unos meses, calará algo tan hondo como esos golpes de ritmo que abrían Super Rich Kids. 







De momento, la guitarra en Ivy me recuerda tanto a Prince como a algunos temas de los primeros Style Council, el piano percusivo y la deliciosa  subida de cuerdas en Pink + Blue parecen extraídos de alguna decadente película francesa de los 60 musicada por Michel Legrand, y lo que suena en Skyline to, que empieza a capella y se eleva al paraíso, (noto un extraño y cosmopolita aire de Rufus Wainwright), puede, no sé, cuánta hipótesis, que sea un theremin. Todo el disco está envuelto de un halo de irrealidad, de riesgo, pues lo que parece es que Ocean se ha planteado el disco como un proyecto personal completamente ajeno a exigencia comercial alguna. Lo demuestra la elevada presencia de canciones lentas, no baladas al uso, más bien exhibiciones nada narcisistas de introspección, y ahí Ocean experimenta en lo vocal y experimenta en lo instrumental, y las influencias surgen de debajo de las piedras. Y aunque la más visible sea la del Prince más rebelde, montaraz e íntimo, no creo que sea exagerado comparar algunos pasajes con las atmósferas malsanas del primer disco de Goldfrapp o con bandas sonoras planeadoras (desde el Vangelis de Blade Runner hasta los experimentos noctámbulos de bandas sonoras como Lost in translation o Drive).
Pronto para decirlo: la inspiración tiene caminos muy caprichosos, y más aún lo son los que tomamos los oyentes ante un disco. Importa la secuencia, importa la presencia de temas centrales a los que referirse, importa que no haya canciones que nos despierten las ganas de usar el skip, pero importa la actitud, la intención. Y la actitud de Frank Ocean aquí es la adecuada, qué digo, la perfecta: la de un músico (como el Kanye West de los dos últimos discos) que no permite que otros tomen las riendas de su carrera. Por eso, no voy a comparar aquí sus dos discos. Sería injusto. Estoy seguro de que merecen mucho la pena ambos, que los dos son seguramente hitos a diferente niveles, y estoy seguro de que la carrera de Ocean va a dar más alegrías en el futuro. Porque este disco es un triunfo, a la vez desmarcándose del pesado lastre del disco anterior, de la tendencia superproducida del r'n'b actual, incluso de las exigencias del insaciable mundo de la innovación permanente, Blond, con sus ritmos sutiles, sus colaboraciones que cuesta identificar, con su renuncia al hit, nos lo confirma. Que ninguna estúpida etiqueta os aleje de disfrutar esta fascinante música.

Post-facio: dos cuestiones que me atribulan respecto a este disco. La insistencia de Apple Music en perseguir cualquier medio de reproducir sus canciones sin el previo pago. Y la cuestión del tracklisting suicida que, especulo, Ocean ha impuesto, con sucesiones de canciones que son ejercicios vocales despojados de ritmo y, por tanto, que lo alejan aún más de la escena hip-hop. Esto resulta desconcertante porque cambia el paradigma de la música "negra" publicada en USA, donde el racismo latente aún espera que cualquier tipo de color vaya calzado con zapatillas y se lance a bailar al primer chasquido de batería.



dimecres, 17 d’agost del 2016

UN TERRORISTA

Leí hace unos días "Paradojas de lo Cool", una recopilación de artículos de engañoso título publicada (ni siquiera sé si disponible vía pago, el ejemplar me lo enviaron a petición) por una especie de colectivo alternativo llamado La Vorágine. He de decir que este colectivo radica en Valladolid, provincia española asociada tradicionalmente a la derecha más recalcitrante y ultramontana. Por lo cual debe atribuírsele un mayor mérito a su condición, en un entorno tan hostil. El problema es que el texto, desde su propia maquetación y presentación (un libro de apenas 80 páginas, cuyo lomo apenas supera los tres milímetros), parece ser más un panfleto que una obra con entidad. Algunos de sus artículos resultan bastante interesantes, pero adolece de lo mismo que adolecen todos los textos de este tipo, que es la propensión al adoctrinamiento y el atrincherado en los típicos planteamientos antagónicos de los que cuesta moverse, cuando uno está convencido de ellos, y a los que cuesta moverse, cuando se está convencido de lo contrario. Voy a vestirme ocasionalmente de ciudadano estatal para proclamarlo: la política española es un partido de tenis donde el público indeciso es el árbitro de todas las decisiones. Y la pelota va de un campo al otro sin posibilidad alguna de que el partido se resuelva. Por cada episodio de corrupción de un bando, el otro dispone de otro equivalente o mayor, Por cada Hitler hay un Stalin, por cada Mussolini un Pol Pot, por cada Franco un Kim Sung Il. NI siquiera la presencia de partidos políticos "de nuevo cuño", que conforme pasa el tiempo lo son cada vez menos, ha cambiado un ápice el panorama. Así que cualquier decantamiento de la balanza depende del comportamiento errático del par de millones de votantes cuyo sentido del voto no es claro, del voto de la gente que va cumpliendo 18 años, y de los niveles de abstención. La abstención es la mejor amiga de cualquier político mediocre (es decir, de casi todos los políticos en activo). Permite, siempre, descalificar los resultados ajenos si los propios no han resultado satisfactorios, y sembrar la duda. Se lo permite a todos, más cuando los votos se reparten entre varias fuerzas políticas, por lo que con abstenciones elevadas y repartos ajustados, nadie puede atribuirse el voto de más de un 30 por ciento del electorado (lo cual significa, siempre, que cualquiera pueda recriminarle, en el mejor de los casos, que el 70 por ciento del electorado no les respalda). Importante saber que capitalizar esta situación es la mejor baza posible en la actualidad. 
El caso es que uno de los artículos del libro incidía en una cuestión curiosa. Parece ser que la legislación española es un poco confusa para definir lo que es un terrorista. Y que, contraviniendo la lógica semántica de que un concepto no puede formar
parte de su propia definición (ejemplo: "Amor es lo que uno siente cuando ama"), acaba diciendo que un terrorista es una persona que comete actos de terrorismo. Je. Menudo bucle. Entonces permitid que reconozca una enorme debilidad mía. No hablo de
terrores nocturnos de esos que producen eneuresis ni de temor a quedarse encerrado en un ascensor junto a un extraño. Tengo un criterio amplio en lo concerniente a ello. No voy a imponérselo a nadie por el hecho de manifestarlo aquí. Me aterroriza que 
se pretenda silenciar lo que mucha gente reinvindica, que es ser consultada en lo referente a su destino. Me aterroriza también que un gobernante promueva leyes que vulneran los derechos de los trabajadores, a empleos dignos y a condiciones laborales justas.
Me aterroriza que cargos de responsabilidad en el gobierno de estados sean desempeñados por gente que conspira con bajeza contra quienes piensan diferente que él, y que haya quien lo tolere, lo defienda o lo promueva (todo son matices de lo mismo). Me aterroriza
que una persona que condecora a una imagen de madera esté al frente de las fuerzas de seguridad de un estado. Puedo exagerar en algún punto, pero seguro que todos esos hechos juntos me aterrorizan. Podría añadir más cosas: los jefes de estado que se niegan a 
hablar ni tan siquiera en el idioma del sitio en el que han crecido, los que ostentan poder en partidos fundados por afines a dictaduras, los directamente designados por dictadores, sus herederos, los que se han callado o han ocultado esas condiciones para
seguir medrando. Muchas de esas circunstancias por separado ya son suficientes, pero en su conjunto, sí, seguro, puedo afirmarlo sin que mi voz tiemble lo más mínimo, me aterrorizan. Y de acuerdo con esa definición, equivocada pero vigente, quien los perpetra, 
una foto del cual acompaña este post, es un terrorista.
¿Verdad?

dissabte, 13 d’agost del 2016

REGULACIÓN


Aún bajo el shock de cierto correo recibido esta madrugada, del que poco puedo hablar. Si acaso menciones indirectas, pero tampoco voy a ponerme muy específico.

Tengo toneladas de títulos pentavocálicos preparados. Como a algún otro, la cabeza me da vueltas y suerte de la tecnología y ese cazador de ideas al vuelo que es el bloc de notas del smartphone. Esta no es una cuestión desdeñable: analizo las palabras en función de las vocales que contienen y su posibilidad de combinarse con  otras. Es tan divertido como contar matrículas que acaban en un número y mucho más fascinante. Hay títulos que casi me lanzan sobre el teclado y debo intentar, pues demasiados arranques en falso acumulo ya, contener las ganas para que no me atropellen. La cuestión pentavocálica (curioso que parece que esta palabra no existe: el corrector de blogger anda subrayándomela) tiene aspectos técnicos que me parecen muy estimulantes. He descubierto la existencia de las palabras vocálicamente capicúas, ya que son las primeras que he de descartar. He pensado que curiosamente existen más palíndromos que palabras capicúas, y también he descubierto que mi nueva y estricta regulación acaba con mi gusto por los adverbios acabados en "mente" (parece ser, una de las primeras cosas que los correctores de estilo se afanan en cercenar de forma implacable) y que palabras capicúas en lo vocálico y que me atraen como sórdido o contexto o página quedan descartadas y solo el destino sabe cuándo podrán volver a integrar un título de un post que yo firme. También me he dado cuenta del curioso peso de las vocales en el lenguaje oral: cómo dominan en las rimas y cómo marcan el ritmo de un texto. Cómo hacen que una palabra como "parpadeo" rime con "lejos".
Qué emocionante es todo esto.
Luego mis dudas se extienden al uso de la "u" muda en su combinación con la "q" y la "g" pues no sé si otorgar esa concesión y poder titular, por ejemplo, "Eustaquio" sin que ese quebranto de la norma me condene a noches y noches sin dormir. O la "y", no sé qué trato darle pues está en esa tierra de nadie. De una opinión docta depende que Germán Ynoub sea un título aceptable para un post o no. Lo sé, las complicaciones son terribles. No quiero implicaros mucho en esto; estoy dispuesto a llevar yo solo este esfuerzo titánico. En cuanto a los contenidos, pronto van a empezar a mostrar cuestiones de la máxima actualidad. 
De momento mi hito del día ha constituido una declaración de intenciones por mi parte. Me he hecho confeccionar una camiseta con la palabra Houellebecq escrita en ella. Yo mismo he organizado el texto usando diferentes tipos de letras pues era importante repartir esas once letras. Ahora mismo voy a pasearme por Barcelona y espero que las reacciones de la gente acaben conmigo corriendo a refugiarme en cualquier portal tras dar esquinazo a la multitud.
Lo dicho, una maravilla.

dijous, 4 d’agost del 2016

ÁLEX, DILO TÚ

Foto cortesía de Llucia Ramis

Voy a abusar un poco de la confianza de Horacio. Voy a contestarle de forma pública a su último correo, y espero no haberme equivocado respecto al libro sobre el cual me interpela. Y lo hago así, y no sé si llegaré al número de caracteres que me sugiere, pero he de aprovechar el sutil efecto de espoleta algo tardía que su correo ha provocado, porque ya ando en lo de analizar mi comportamiento en lo referente a la escritura y cualquier empujón es agradecido y, en fin, no hay que darle más vueltas.
Horacio: este es el motivo por el que debes plantearte seriamente leer La broma infinita de David Foster Wallace. Un texto del escritor, no incluido en su libro sino en un artículo publicado en una recopilación póstuma, que ejemplifica varias cosas.
"Has descubierto que disfrutas mucho del hecho de que a la gente le guste tu escritura, y también descubres que tienes muchas ganas de que a la gente le gusten las cosas nuevas que escribes. La motivación de la pura diversión personal empieza a ser suplantada por la motivación de gustar, de que haya gente guapa a la que no conoces que te aprecie y te admire y te considere buen escritor. El onanismo da paso al intento de seducción, como motivación. Ahora bien, el intento de seducción resulta muy trabajoso, y su diversión se ve compensada por un miedo terrible al rechazo. Sea lo que sea el "ego", tu ego acaba de entrar en juego. O tal vez "vanidad" sea una palabra mejor. Porque te das cuenta de que gran parte de tu escritura se ha convertido en puro exhibicionismo, en intentar que la gente te considere bueno. Y es comprensible. Ahora estás poniendo mucho de ti mismo en juego, cuando escribes; y también está en juego tu vanidad. Descubres algo peliagudo que tiene la escritura de narrativa: que para ser capaz de escribirla es necesaria cierta cantidad de vanidad, pero que cualquier cantidad de vanidad por encima de la estrictamente necesaria resulta letal. Llegado este punto, más del noventa por ciento de las cosas que estás escribiendo ya están motivadas e informadas por una necesidad abrumadora de gustar. Y esto genera una narrativa de mierda. Y la obra de mierda debe acabar en la papelera, no tanto por una cuestión de integridad artística como por el simple hecho de que la obra de mierda va a hacer que no gustes. Llegado este punto de la diversión del escritor, la misma cosa que siempre te ha motivado para escribir ahora te está motivando también para tirar lo que escribes a la papelera."
Poco puedo añadir. Un párrafo que explica la actitud del escritor hacia el proceso creativo y que explica con claridad lo que me sucede hace meses. Que es creer que por sentarme ante el teclado con un par de ideas que no son más que pretextos es suficiente, y que las cosas ya fluirán, porque hace años fluían cada día, y que de esa cantidad surgirá alguna chispa, como, me decían y yo lo creía, solía suceder. Peor aún, confieso, paré, temporalmente, de leer justo ese libro cuando comprendí varias cosas. Que no le prestaba la atención merecida ya que estaba pendiente de acabarlo para escribir sobre él. Que esa urgencia de escribir algo original sobre un libro que ya consideraba único me apremiaba. Y que, pasmado ante la calidad de mucho lo que había leído del autor, necesitaba guardar un texto al que recurrir, un seguro de vida para cuando uno se bloquea. Sí, tengo esa manía con mis autores favoritos. Entonces debo pedir la asistencia de Álex Azkona, que sí lo leyó, para que le explique a Horacio esos motivos que yo diría más movido por cierta ceguera o fanatismo. Confío en que Álex se manifieste y acuse algún recibo de esos sutiles comentarios que surgieron a raíz de aquello que Germán bautizó como la cumbre. Apenas un par de horas de tres tipos sentados ante unas bebidas en un bar cualquiera de un barrio de Barcelona, allá por la primera quincena de junio, justo unos días antes de que el calor apareciera. Horacio estuvo en Catalunya con la mejor de las finalidades que nos son preservadas: poder abrazar a sus hijos y a sus nietos. Pero aprovechó esa estancia para fines algo más mundanos. Disfrutó de esa peculiar sensación del paseo por la ciudad ajena que, por lo que se deduce de sus manifestaciones desde entonces, dejó de ser ajena y pasó a echar de menos. Pudimos, junto a Germán, coincidir lo suficiente para apreciar, por mi parte, que pensaba que Horacio estaba más gordo y Germán era más alto, y supongo que ellos se darían cuenta de lo atribulada y caótica que es mi existencia, siempre apremiado por las exigencias familiares. También conoció a Silvia Pérez Cruz. Eso fue muy brillante, Horacio, esos miles de kilómetros de oceáno sobrevolados ya se justificaban lo suficiente, pero encima eso.
Así que este post no cumple exactamente la finalidad con el que empezó a ser escrito. Muchas ideas van a quedarse en el aire, pero he de atrapar algunas de ellas. Germán me habló de un proyecto para gestionar un blog de forma colectiva. Fue una conversación muy esquemática pero ya aseguro desde aquí que puede contar conmigo. Otra cuestión: como es absurdo que vuelva a prometer una frecuencia o un esquema determinado que me obligue, he decidido imponerme una curiosa rutina que contiene un guiño que me atrae. Desde hoy, los títulos de los post van a abandonar la estructura numérica imperante en el último periodo. Desde hoy, los títulos se compondrán de una o más palabras, y el título completo contendrá todas las vocales y solo una vez cada una de ellas. La excusa perfecta del título era que, por tratarse de una prueba original, o de un episodio piloto, la primera vez estas vocales aparezcan en su alfabético y cacofónico orden natural. No hablaré de nueva época, de nuevo arranque ni de renacimiento. Ya me he equivocado demasiadas veces.
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