dijous, 28 de maig del 2015

Y15W22: Alcaldes

Pienso en todos los políticos que he visto en persona. Pienso en Jordi Pujol probándose trajes en la sección de sastrería mientras yo compraba ropa para mi hija. O en Ernest Maragall, charlando con su hermano Pasqual, en castellano, al lado de la suite en la misma planta de neonatología donde Gerard había nacido. 
Recuerdo, fugazmente, como ayer por la mañana le dije a mi hija que era muy temprano para responder la duda que me planteaba: si pensaba si existía el centro político real.
Vuelvo con los políticos. Veo a Montilla saliendo del Clínic, seguramente saliendo entre discreta escolta de visitar institucionalmente algún enfermo célebre, de esos que optan por el higiénico hábito del uso de la sanidad publica.
Pero los que más recuerdo haber visto han sido alcaldes de Barcelona. Clos, y su penacho blanco, y Hereu, con su ridículo pelo rizado y su incontrolada voz. Parece cómodo ser alcalde: a base de moverte con escolta y hacerlo, sobre todo, por los barrios propios (que suelen ser medios-altos y suelen ser privilegiados en algunas de tus decisiones), rara vez uno se lleva una experiencia desagradable. La gente te saluda, te agradece el oportuno centro cívico inaugurado, lo nutrido de la biblioteca, la elegancia de las instalaciones recién estrenadas. Tú, como mucho, les sueltas una sonrisa ensayada, les tocas la cabeza a los hijos o a los nietos, mientras miras de reojo a los escoltas y procuras evitar que la conversación tome derroteros comprometedores.
El problema es que, a raíz de la consabida crisis, la progresiva mejora que acusaron algunas zonas de Barcelona quedó cercenada. Y muchos barrios se quedaron como estaban. Barcelona es una ciudad enormemente desigual, donde los contrastes entre zonas como Pedralbes y la Trinitat Vella son brutales y desafían toda lógica. Podremos atribuirlo a la elevada diferencia de rentas o al perfil del habitante de cada barrio, pero resulta indignante contemplar diferencias tan acusadas. Simplemente, no parecen formar parte de la misma ciudad. 
Zonas como Trinitat Vella o Bon Pastor son aquellas cuyos votos mayoritarios han conseguido hacer de Ada Colau la candidata más votada para la alcaldía. Zonas castigadas por duras condiciones; empleo precario o desempleo, gran número de desahucios. Lo sencillo, cuando he buscado una foto de Colau, que hubiera sido ilustrar este post con una de sus camisetas verdes con el logo STOP Desahucios. Así es como Ada Colau accedió a la fama y así es como fraguó su imagen pública. Al lado de los peor afortunados, al lado de la gente que sufre, al lado del desfavorecido con cara y ojos que es oprimido por un poder sin cara que se escuda tras cuerpos de seguridad y sentencias judiciales. Sigo siendo algo reacio a considerar acertado que haya saltado a la política. Protegida por lo admirable de sus planteamientos, esa Colau imperfecta, cuando no directamente abrumada por el enorme poder al que hacía frente, era la heroína perfecta a la que solo podía reprocharse una cierta vocación de notoriedad. Simplificar esa imagen y hacerla descender a un nivel robinhoodiano parecía ser la baza ganadora de los políticos profesionales. Pero estos no contaron con su elevado poder de movilización. Ahora, tan sorprendida como segura de lo sólido de sus propósitos, Colau se dispone a ser la primera alcaldesa de Barcelona, ciudad que se autodecreta como modelo planetario por esa mezcla de atractivo turístico, bagaje histórico y voluntad innovadora, que encabeza la corriente que ha de crear un nuevo estado en esta Europa que es cada día más houellebecquiana.
He leído a Pérez Andújar, gris cronista de paseos por el extrarradio, a Ortiz, brillante generador de crónicas de barrios aniquilados por la dispersión física, y cualquier día venzo el miedo a las mil páginas de un Casavella que cerraría una trilogía de la Barcelona (Amat díxit) no-pija.
Yo no he votado a Colau: he preferido la coherencia minoritaria de las CUP. Pero me gusta que Colau reciba todas esas halagadoras diatribas tildándola de okupa, anti-sistema, comunista, extremista. radical, revolucionaria y todas esas cosas. Estoy casi seguro de que, de ser investida, no va a presentarse en stilettos y traje chaqueta. Seguro que llevará un peinado discutible y muchos la acusarán de no estar a la altura. Todos a los que irrita e irritará son gente a la que me gustaría irritar yo también. Ya se ha apresurado a poner en duda la aportación a la F1, cuestión que ha provocado comentarios con planteamientos numéricos y económicos dignos de la mayor ignorancia. Solo ha hecho que empezar, ni siquiera puede asegurar que vaya a ocupar el cargo y ya ha incomodado a unos cuantos. No puede ser más excitante.

Los buenos: sirva este comentario como contestación a mensajes y mails cruzados. Propongo 1 de septiembre como fecha límite de aportación de lo que sea. Lo que sea, repito. Y que, entonces, el pujante talento maquetador de Álex Azkona y mi indudable ojo para el tracklisting haga, previas consultas voluntariosamente democráticas, el resto. 

dissabte, 16 de maig del 2015

Y15W20: Muerte

Curioso: estábamos muy acostumbrados al relativo anonimato de los condenados a muerte. Solían ser individuos de conducta objetivamente reprobable: asesinos dotados de especial crueldad, tipos de aspecto patibularia cuya mirada en la foto policial parecía revelarnos de forma inequívoca sus intenciones. Estábamos muy acostumbrados, también, a que ciertos hitos criminales se combinaran con el suicidio de quienes los perpetraban. Así que muchos crímenes han quedado, en lo concerniente a sus autores materiales, como carpetas cerradas. Pero en las últimas horas hemos sabido de sendas sentencias a  muerte cuyos, digamos, protagonistas, han traspasado la barrera del anonimato: Dzhokhar Tsarnaev, autor, junto a su hermano ya fallecido, del atentado de Boston (el de la competición de atletismo de Boston) y Mohamed Mursi, fugaz presidente del Egipto famoso de la primavera, condenado con un extraño pretexto que suena a excusa. En ambos casos, relacionados, hasta cierto punto, con la radicalización del islamismo, en ambos casos, sentencias que, nos tememos, traerán cola. En el caso de Mursi, sentencia que ha de superar el beneplácito de un muftí, actividad suprema religiosa, cuya opinión no es vinculante. Pero que va a pronunciarse. Con mi lectura de Houellebecq aún reciente. Con ese exasperantemente ininspirado post que complementó a mi reseña. Oh, ¿Es que ya no soy capaz de exponer las vísceras en un escrito? ¿No soy capaz de soltar con todo el descaro que me fascina lo que Houellebecq escribe porque me encanta cómo Houellebecq es
Al margen de mis frecuentes pataletas, que la posible ejecución de estos dos personajes vaya a ser fruto de discusión y de polémica acaba produciéndome cierta excitación. Sociedades dispares como la estadounidense y la egipcia toman decisiones radicales y ambas acarrean la desaparición física, la creación de un mártir que decorará camisetas en unas semanas, y me quedo corto. Y además nos enteramos que Osama Bin Laden fue delatado a cambio de 25 millones de dólares, que no hubo heroica operación de espionaje  y neutralización de un terrible enemigo sino transacción financiera y captura de un líder débil y superado por el descontrolado dinamismo de sus seguidores. 


Lecturas: varias que no acaban de tener el arranque arrasador que suele provocar que dé cuenta de ellas en unos pocos días. La hondonada, de Jhumpa Lahiri, historia de dos hermanos hindúes que se prolonga en el tiempo, prosa solvente pero aún lejos de esa sensación de necesidad de saber qué pasa a continuación. Y Reparar a los vivos, de Maylis de Kerangal, historia que mezcla surf y trasplantes de órganos, puro azar que lo tomara del estante de novedades de la biblioteca, en una especie de intento de demostrarme a mí mismo tanto mi capacidad de improvisación como mis escasas opciones de superar cierta manía que me ha dado con Caldwell. Echo de menos a sus personajes grotescos, estúpidos y desarraigados, quiero otro Ty Ty u otro Spence cuya conducta comprender y reprobar a la vez.

Los buenos: mi aportación se está perfilando más en mi cabeza que en el papel, y Álex Azkona ha asumido el ingrato papel de coordinar todo este asunto que yo desearía descoordinado, de insistir a la gente y recordarles quiénes somos y de dónde venimos, cosa que, especulo, hará especialmente dura la cuestión de llegar a un acuerdo sobre el reparto de los beneficios, que va a haberlos.




dilluns, 11 de maig del 2015

Y15W19: Seis


Sabéis, no es tan sencillo. Encontrar algún vínculo con el que hilvanar unas cuantas frases, si uno se propone, como he hecho esta vez, evitar esos vertiginosos cambios de párrafo que son casi cambios de escenario mental.
La semana discurrió lenta en lo concerniente a lecturas. Normal cuando se trata de la primera semana del mes y los compromisos profesionales acucian y monopolizan tiempo y esfuerzo intelectual. Aún así, conseguí dar cuenta de un muy interesante tomo de narrativa corta de Varlam Shalámov, llamado Relatos de Kolimá. Bueno, en realidad, el título iba acompañado de un parco Volumen I, que venía a confirmar la existencia de volúmenes posteriores, en este caso cinco, cuya lectura puede que acometa, con paciencia, con mesura, algún día. Porque el Kolímá del titulo es, para entendernos, Siberia. Los campos de confinamiento y trabajos forzados organizados por el régimen soviético, a los que fueron conducidos enormes contingentes de prisioneros por los más variados motivos, desde presos comunes hasta disidentes, pasando por profesionales de diversas disciplinas relacionadas con industria o artes. Lectura casi agotadora, pues su legibilidad (raro es el relato que ocupa más de quince páginas) no impide que  los relatos tengan una tonalidad aglutinadora, la desesperanza y la resignación ante la mala fortuna, pues la aniquilación fisica (de la que se encarga el frío, el hambre, los piojos, las enfermedades) viene escrupulosamente precedida por la aniquilación psicológica. Los personajes descritos por Shalámov (que vivió en diversas fases de su existencia esos internamientos) acaban renunciando a esa capa aplicada por la civilización para entregarse al humillante hábito de la supervivencia por encima de todo. Lo primero que se congela en Kolimá es la ética. 
Qué enorme respeto sentimos por esos autores que escriben desde la dura experiencia personal, y qué enorme respeto añadimos si esta escritura muta en incontinencia, en prosa torrencial, en derroche descontrolado de palabras y palabras e ideas que mezclan aspectos subjetivos y objetivos. Somos, algunos, fanáticos entregados de antemano a cualquier escritor de pose atormentada, de cara surcada por eso tan socorrido de las arrugas de expresión, más cuando sepamos que esa pose es auténtica, más cuando sepamos de que sólo han tenido que añadir un poquito de recurso narrativo al servicio de las verdades como puños. No sé si algún día leeré esos miles de páginas de Proust, y no sé si me entregaré a tumba abierta a devorar obras completas de algún clasico del siglo XIX. Knausgard, noruego de pose escandinava, va publicando, traducido al castellano por Anagrama, piezas (van tres) de su hexalogía titulada (genial provocación) Mi lucha. Reconozco haber dejado para momentos menos luminosos la lectura de la segunda mitad de su primera entrega, La muerte del padre. Lecturas de esas que no se abandonan sino que se dejan para situaciones más adecuadas. Inviernos crudos, noches de insomnio, estancias en hoteles solitarios frente al Atlántico. Las doscientas páginas iniciales me fascinaron, pero dejad que recurra al tópico del momento para cada cosa.
Leer a Shalámov, regresando al primer párrafo, ha empezado a convencerme de las excesivas similitudes entre los aparatos represores, por diferentes que sean los planteamientos de sus puntos de partida, y de la enorme contradicción de la puesta en práctica de los postulados del comunismo. Me perdonaréis, pero asisto a un proceso espantoso de nueva polarización, donde parece que se esté migrando de un bipartidismo a otro bipartidismo, donde una fuerza emergente como, parecía, iba a ser Podemos, empieza a introducir matices entre sus planteamientos más osados la serpiente venenosa de la socialdemocracia, a la par que entra en un proceso de depuración (récord absoluto: proceso iniciado sin que haya mediado ninguna concurrencia a proceso electoral significativo) para desprenderse de sectores más radicalizados (justo lo que se esperaba de un partido así; radicalización) y empezar a usar esa táctica tan abyecta que viene a denominarse ampliación del espectro electoral.
Mientras, Varoufakis, el teórico ariete de la aguerrida política económica de Syriza, admite, con media sonrisa, que fue su mujer la señorita griega que mencionaba Jarvis Cocker en Common people, uno de los hitos de Pulp, y, cosa curiosa, versión, la del tema, que me parece la mejor (casi la única) aportación de los Manel a la historia de la música, pequeño hito de este blog, también, justo de esos nostálgicos momentos en que discutíamos de mandolinas y ukeleles, era pre-Orsai, que la hubo, de cuyo público, hoy, considero injusto no mencionar más a menudo.

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