dissabte, 28 de març del 2015

Y15W13: Suicidio

Tenía que ser justo la semana 13, claro. Para los que creen en supersticiones, claro. Entre los que no me incluyo, por supuesto.
Porque aunque los accidentes aéreos ya vienen suscitando gran interés desde siempre, los que ocurren, por los guiños del azar, cerca de nuestros lugares de existencia, acaparan y son acaparados por los medios de comunicación. Añádase aquello del mundo global, sabéis. Y cada accidente tiene sus peculiaridades y cada uno tiene aquello que lo hace único. Porque todo es único en este nuestro universo: las personas, los ríos en que uno no se baña dos veces, las catástrofes aéreas. Ah: ya le he cambiado el nombre y ya no es un accidente. Me gusta cómo apreciáis los matices. Daremos una vuelta más de tuerca, cosa que a los aficionados a la terminología legal parece excitar bastante. Homicidio. Asesinato. Suicidio combinado con ambas cosas. Yo no quería, pensaba que dándome contra la montaña, así de morro, solamente yo tenía garantizado mi traspaso. Oh. Los demás. Qué importan los demás. Qué más dan las circunstancias por las que van en ese avión que yo conduzco. No. Que yo piloto. Uy. Piloto. Yo y los de la F1 somos pilotos. Lo de conductor queda para los taxistas y los camioneros, y lo gente de aquí, Yo soy un piloto y conduzco una máquina que vale un dineral y los demás confían sus vidas a que yo haga bien mi trabajo. No será cuestión de irlos a decepcionar. Miremos el paisaje.

Curioso: Lufthansa publica notas con diferentes textos en función de los idiomas y el medio en que aparecen. Para los medios nacionales el agradecimiento en español es a "Francia, España, Alemania y muchos otros países del mundo". Traduzco el texto empleado en la nota de condolencias publicada en medios en catalán: "Francia, Alemania, Catalunya y el resto de España, así como numerosos otros países". El mercantilismo obliga al equilibrismo y el equilibrismo, pueda o no ser apreciado, siempre tiene algo de patético. O no es un tipo haciendo aspavientos con tal de no precipitarse al vacío una estampa patética. Por eso hay tantos estetas que mueren jóvenes. Antes dignidad que salvar la vida a costa de resultar grotesco.
Las notas de condolencia, todas ellas a página entera dentro de las 10 primeras páginas, como para distinguirse de las necrológicas, y para despersonalizar las 150 tragedias: un artefacto como cualquier otro para recuperar valor en bolsa y evitar que el pánico se propague entre los usuarios.


Lecturas (algunas de ellas con cierto atraso): en medio de una previsible y futura obsesión por Caldwell ("tapado" del southern gothic), comentar la relativa decepción que me causó el ensayo de W.G. Sebald sobre los bombardeos aliados en la Alemania nazi: me esperaba que Sobre la historia natural de la destrucción fuera, como las valientes novelas de Heinrich Böll, un auténtico arañazo en la llaga, un incondicional mea culpa de la nación alemana (curioso, muy curioso decir esto justo esta semana) y una asunción más o menos contundente de que donde las dan, las toman. Pero percibo en Sebald una incómoda falta de aceptación. Empeñado en explicar las técnicas de bombardeo, y su plena planificación, veo a Sebald con demasiada cautela, con esa precaución del niño que ha hecho una gamberrada ante las visitas, ese que sabe que cuando éstas se vayan, y la puerta se cierre, le espera una buena. Sin ti no hay nosotros, reportaje periodístico de Suki Kim, escritora infiltrada como profesora de inglés ante la élite juvenil de Pyongyang, tercer texto sobre Corea del Norte en unos meses, valioso por lo que sugiere, por ese miedo subterráneo presente en los gestos más insignificantes. 


diumenge, 22 de març del 2015

Y15W12: Péndulo

Suele sucederme los días de Barça-Madrid. En que ando excesivamente pendiente del rato que falta para el partido, y suelo organizar una especie de liturgia (nada que ver con la superstición) consistente básicamente en encontrar cosas que hacer que me aparten de esa constante mirada al reloj. Nada  de gran enjundia (siento decepcionar a algunos: no he encontrado aún una lectura tan intensa e impostergable para eclipsar un evento así), pero sí algo que, más o menos pueda acaparar la atención para evitar la corrosión del ánimo inherente a cualquier espera prolongada. Claro: una cosa sería escribir uno de esos post donde hablamos un poco de todo. Cuarenta o cincuenta líneas donde lamentarme de la calma chicha del proceso de independencia, algún apunte sobre las elecciones de Andalucía, que podrían representar el primer toque de atención, las primeras cornetas de la fanfarria de la defección del partido tardofranquista que es el PP. Mencionar como un mango de una espumadera muestra la cara perpetuamente sonriente de un delfín cualquiera, evaluar los irónicos comentarios sobre la música electrónica, quejarme de las nubes que no dejan ver contemplar eclipses, aludir a Túnez, reírme de alguna patética fotografía en La Vanguardia con caras de policías pixeladas, pero sin pixelar el resquicio visible de la cara de una mujer que deja un burka.
Podría lamentarme del enorme atraso que llevo en la contestación de comentarios aquí, y en lo desesperante que es constatar que ese, justo ese deba ser el motivo de esa abulia de la que me quejo.
Y al final de todo zanjaría el tema con una pequeña relación, siempre generosa y excesiva, de las lecturas que me han ido acompañando a lo largo de la semana.
Pero no: como hay quien se ha empeñado, con mucha amabilidad, por atribuirme una condición icónica en mi peculiar faceta de crítico literario, he pensado que es un buen momento para destapar un poco el tarro de las esencias.
Leo mucho, aún, sí. No tanto como solía, lo cual me obliga a aplicar ciertos criterios selectivos que no dejan de ser curiosos. Pues se trata de que empiezo a evitar libros de los que sospecho que voy a acabar teniendo un pronunciamiento tibio. Eso suele saberse en menos de 50 o 60 páginas iniciales. Si veo que los tiros van por ahí, los libros de ese tipo pasan a esa enorme pila virtual de libros eternamente empezados cuyo final del camino suele ser su devolución a la biblioteca, pues son atropellados por libros que son manifiestamente mejores o escandalosamente peores, o su tránsito por los diversos estantes de mi casa, hasta el improbable momento en que haya olvidado su poco estimulante condición.
No voy a lamentarme de ese comportamiento pendular. La cuestión es que, en el enorme y poco poblado por el talento océano que es el aluvión de constantes ediciones y traducciones, uno tiende a buscar los extremos. Todo aquello que sale disparado por la fuerza centrífuga. De la ficción al ensayo. De la gran extensión al formato corto. 

(Haré un inciso: la amable gente de Penguin Random House Mondadori me hizo llegar un bonito libro de David Foster Wallace. Esto es agua es un discurso, parece que uno de los pocos que dio, que, alargado innecesariamente por el intercalado de enormes espacios en blanco (y destinando de forma hábil pero perversa hojas enteras a resaltar una sola frase) llega a alcanzar el formato de libro, a lo que ayuda una presentación que, no negaré, lo convierte en un objeto estéticamente impecable. Bien: ni el discurso es de lo mejor que hizo, ni creo que sea la manera. Reediten sus obras. Divúlguenlas, editen unas Obras Completas, discutan sobre sus traducciones, agrupen sus escritos según temáticas por aquí y por allá. Pero no den, por favor, esa sensación de aprovechamiento exhaustivo, a costa, incluso, de bajar el listón de aquello tan cacareado que es la relación calidad-precio.)

Así que, en la enorme órbita de oscilación que representan muchos polos opuestos, los que andamos, por iniciativa propia y por conciencia social absurdamente autoimpuesta, a la caza de textos atractivos, estamos condenados a caer, uno tras otro, en cientos de arquetipos. Ensayo debe ser largo y narrativa debería ser corta. Porque ensayo ha de ser profundo y detallado y narrativa ha de ser precisa y dinámica. Como si concisión en el primer caso y suntuosidad en el segundo fueran crímenes a perseguir. Otra: facilidad de lectura huele a best-séller y complicación, uso constante de recursos, intención de desorientar al lector, es sinónimo de autor retorcido, sufridor, auténtico al que el texto le sale disparado cual vómito en una intensa noche de excesos varios. Finales abiertos son un estímulo para el lector que va más allá y finales cerrados condenan a los libros a no ser leídos más de una vez, como si leyéramos muchos libros dos veces, cuando hay tantos que no son leídos ni una.
Todo ello puede que venga a cuento por lo que me ha encantado El camino del tabaco, extraña y triste novela de uno de esos escritores que, víctima de las modas que imponen a otros por encima de ellos, parece relegado a un injusto olvido. Erskine Caldwell publicó más de 30 novelas y forma parte de la generación de Faulkner y Steinbeck, de Mc Cullers y de O'Connor. Y El camino del tabaco me ha parecido ejemplar por su capacidad de generar, con una historia que parece grotesca, irreal, turbia y pesadillesca, un enorme interés por la situación de los Estados Unidos de esa época, los años 30, que tanto influye, aún, en nuestra actual visión del mundo. Este no es el sitio en el que yo empiezo a relatar detalles, pero puede que haga una excepción, en cuanto me haga con las dos siguientes novelas de Caldwell que he planificado leer (La parcela de Dios y Un lugar llamado Estherville), y empiece a pertrechar una de esas conclusiones que, dicen, acaban con una de esas tan efectivas frases lapidarias que son, dicen, marca de mi estilo.


diumenge, 15 de març del 2015

Y15W11: Oscuro

Ya me diréis cuando os hartáis de la serie "Cielos de Barcelona"
La horrible presión de 22 minutos para acabar un post: porque mi compromiso es ineludible e impostergable y, porque si dilapido el prestigio ahora, qué me va a quedar. Y porque estoy calentando dedos, o qué chuli queda eso de que, como lo de calentar antes de correr una maratón o salir a correr la banda en un partido, lo de escribir necesita un calentamiento, una inercia que seguir, un impulso irrefrenable que, coño, no lo dice la palabra, no puede ser frenado.
De momento, tiraremos de patilla. Intuyo que, como es lo primero que me consta que ha hecho últimamente, toda una remezcla de doce minutos a cargo de Nicolas Jaar no puede ser otra cosa que fascinante, apabullante, y digna tanto de los elogios más encendidos como de los clásicos silencios horacianos hacia la música electrónica. Que comprendo absolutamente, qué narices, uno tiene que cuidar de su propio rebaño, y aunque no suscribo ciertas opiniones que alineaban la eclosión de la música electrónica con el auge del capitalismo dentro de lo que es la dinámica cultural, sí que acepto que la más adocenada, la más industrializada (no en lo sonoro, en lo comercial), ergo, los Ghetta de turno, esos no merecen otra cosa que (metafóricamente hablando) el tiro de gracia. Lo de la patilla es haber oído una sola vez la pieza de marras, lo cual ya es suficiente para encontrar cambios de ritmo, matices, sutileza, parones, y algún que otro hallazgo que a lo mejor no es hallazgo. A lo mejor ya encontré ese sonido antes, pero no sé donde y ya lo he olvidado.


Cuidado: hacía semanas que la banda musical de mis idas y venidas estaba entregada a un equívoco neoclasicismo pertrechado por el encantador loco del piano llamado Chilly Gonzales. Me encantaba esa tonalidad oscura y azulada y parisina de sus cortas piezas, y aunque, en secreto, me temía que la gente que no conocía la influencia de Erik Satie en grupos como Japan atribuyera esta nueva manía mía a un envejecimiento y a un progresivo decantamiento hacia maneras más clásicas, reconozco que el disco ha funcionado lo suyo. Cosa de la que me enorgullezco. Jodido flequillo, bonito batín. Jodida transición la del minuto 2:15. O así. 




Lecturas: finiquitado La inmensa minoría, mis planes se ciernen sobre tres o cuatro cortos libros en los que tengo depositadas esperanzas de, al menos, encontrar diez o doce páginas de las que cambian la vida. Los autores son curiosamente europeos y finados: Dostoievski, Sebald, quizás Primo Levy. Ah: también cayeron, pero eso será tratado en otro (U)lado, una novela peruana y una novela argentina. Cueto y Soriano. Pero hay que esperar, vaya, hay que esperar siempre y para todo en este mundo. Pues hasta me sobraron dos minutos.

dimarts, 10 de març del 2015

Y15W10: Francotirador

No jodamos. Si ni siquiera usar el título de una de esas peliculillas tan de moda me aporta visitas, voy a llevarme un severo disgusto. El mundo entero obcecado en dar la espalda a mi talento. Cuántos andan perdiéndose y qué cosas se pierden. Tendrán muchas oportunidades más para redimirse. Los tickets para redención andan de oferta últimamente. Una oferta ilimitada, pues ando conformándome cada día con menos. Esta semana, con un mero comentario en FB del muy añorado en estos pagos Quién Pereira. Porque acompañó a la foto de un flamante bajo eléctrico un comentario donde me mencionó como introductor, a él y a su entorno, de una de esas geniales canciones de Scott Walker. Para qué voy a exigir más, si ese es mi objetivo primordial: alumbrar música fascinante para que la gente la incorpore a sus bandas sonoras vitales. Insistir sobre ello cuantas veces sea necesario. Incorporar toda clase de tretas para esa finalidad, sin descartar la coacción o la amenaza fisica. Puede que lo haga también con ciertos libros de ciertos autores y solía hacerlo cuando el tiempo me permitía embutirme serie tras serie de TV. Pero cualquier triunfo es apreciable en esta guerra sin cuartel que es el proselitismo cultural. Sin cuartel ni domicilio fijo: soy un francotirador apostado en un almacén de libros, en una planta con dominio de la curva.

Probemos con algunas de estas ahora. Todas, menos una, piezas que incorporé a mi historia musical personal, cuando, hacia el 2001, descubrí lo mucho que me fascinaba la mezcla del toque electrónico con las cuerdas llevadas al extremo. Qué tranquilo estaba hasta que alguien empezó a abusar de la etiqueta chill-out.






Lecturas: Un muy interesante experimento autobiográfico llamado Cuando llegue la revolución habra patines para todos  a cargo del escritor estadounidense de origen iraní y judío Saïd Sayrafiezadeh. Una novela sobre cómo la excesiva inmersión ideológica de las convicciones paternas no siempre es lo más aconsejable.
Y una futura inmersión en literatura argentina y erm, soviética, que procuraré detallar con más profundidad cuando haya tomado, erm, ciertas decisiones, digamos, descartes, más bien, porque uno se pierde, sabéis. En la pampa y en la estepa.

diumenge, 1 de març del 2015

Y15W09: Dios

Para los que éramos conscientes de nuestra existencia el 11 de septiembre de 2001 ver un avión surcando el cielo a baja altura nunca será lo mismo. No creo que seamos pocos los que interpretamos esos hechos como circunstancias clave en el devenir de la humanidad, no porque representaran un cambio sustancial de ninguna situación, sino porque nos alertaban de una cierta sensación de surpasso. Se nos había perdido el respeto a los de Occidente. Y como todas las cosas que uno se otorga inmerecidamente, ha sido imposible recuperarlo. Hasta entonces los talibanes gobernaban Afganistán y nos poníamos las manos en la cabeza durante una parte razonable de rato porque ejecutaran en estadios, pasearan en rancheras Toyota armados con AK-47 y maltrataran a mujeres de las cuales tardábamos unos minutos en olvidarnos. Pero las cuotas funcionaban, con nuestras ONG comandadas por barbudos progres que aquí nos molestarían bastante, pero que actuaban en defensa de intereses lejanos, lo cual nos reconfortaba a la par que nos mantenía ajenos y calentitos.
Pero las torres cayeron y la sensación a ido cuajando año tras año.Y esta semana la imagen ha sido la de dos milicianos de ISIS arremetiendo, mazas y sierras radiales en mano, contra dos estatuas de los asirios, de hace más de 25 siglos. Estatuas blancas, impolutas, solemnes, que estaban en el museo de Mosul. Dicen, reproducciones de originales que están a buen recaudo. Imposible discernir si es así, pero poderosa imagen que representa otra vuelta de tuerca más en el desafío. Porque, acostumbrados al show semanal de rehenes decapitados o quemados vivos, que, a costa de su frecuencia y su previsibilidad ha empezado a interesar sólo por las circunstancias puntuales (países de procedencia, situación familiar, motivos de su presencia en zonas tan calientes), los integristas han pasado a atacar otros de los iconos de nuestro mundo de esperanzas y oportunidades: la engañosa sensación de perpetuación de la especie que nos otorgan las obras de arte. Otra cuestión en la que la hipocresía de Occidente me deja patidifuso. Podemos destruir edificios para poner otros más grandes y modernos, podemos dejar que la gente tire libros a la basura y los ejércitos del reciclaje los conviertan en pasta de papel al día siguiente. Podemos dejar los cuadros de caballos a la luz de la luna en el contenedor de la basura cualquier noche en nuestro barrio. Pero nos escandalizamos si los nazis queman unos libros o si los talibanes se cargan unas estatuas. No soportamos el simbolismo de ese hecho. Las personas son sustituíbles: podríamos clonarlas y no lo hacemos. Pero el arte; con qué vamos a llenar los mensajes que enviamos al Universo sino es con nuestra aportación eterna. Para qué gastamos en restaurar y conservar. Todo porque, dicen, solamente el culto a Alá es admisible.
Justo esta semana, que, dicen, van a volver a hacer que los niños recen en la escuela.


Lecturas: pocas, pero muy bien. Las ganas, constatación de que Santiago Lorenzo es un rara avis suicida empeñado en que los académicos le tomen manía por imponer nuevas palabras y el público general se quede descolocado ante su curioso y meritorio anacronismo. No es que vaya a descubrir nada del otro mundo, pero al menos un escritor está menos pendiente de imitar a sus grandes ídolos foráneos que de crear un lenguaje (literario) con algo de originalidad.
Un holograma para el rey, de Dave Eggers. Muy adecuada para ajustar el tono de este, post, al mostrar una Arabia Saudí tímidamente abierta, en la cual la oficialidad y la realidad son placas tectónicas que solo se solapan y chocan si no se va con el debido cuidado, Eggers asciende un peldaño, mejor dicho, recupera algunas de las posiciones que le había negado al considerarlo un escritor excesivamente pendiente de no disgustar a nadie, cosa que va muy bien para vivir mucho tiempo, pero fatal para acceder a la eternidad. Cómo no me vais a entender.
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