diumenge, 30 de novembre del 2014

LA CUESTIÓN DE LA ESDRÚJULA


Me gustan las palabras esdrújulas. Es, seguramente una filia surgida de mis tiempos de estudiante, pues las esdrújulas eran palabras que desvelaban todas las dudas en lo concerniente a su acentuación. Menudas demócratas, las palabras esdrújulas. Sí, ya sé que la cuestión de la acentuación es una ayuda para la correcta lectura de los escritos. Sí, ya sé que este comentario está un poquito prendido con pinzas. Claro, para los que no escriben a menudo (yo, aunque no sea siempre aquí, me las doy de escribir a menudo: sale en cada conversación una o dos veces), esto que digo es una tontería. Pero la escritura en internet tiene esas cosas. Uno descuida las formas o se ve a sí mismo repitiéndose en exceso, abusando de las expresiones, de los dos puntos, de las elipses, del "y" como enlace entre frases, de la asíndeton, de la polisíndeton. Uno abusa de muchas cosas y entonces, igual que, en mis tiempos de comprador de discos, tanto una mala como una buena compra significaban que volvía a la tienda el sábado siguiente, hoy, en mis tiempos de escritor abnegada o resignadamente amateur, cuando encuentro algo que me gusta incido sobre ello: sea una canción, una frase, un libro o un autor. Owen Jones sería un ejemplo paradigmático: La demonización de la clase obrera me hace reconsiderar muchas de mis opiniones. Constantemente.

Por ejemplo: la cuestión de las élites. Para empezar, brillante mención mía al inicio del párrafo, esa palabreja, élite, importada del idioma francés, es igualmente admitida como palabra esdrújula y como palabra llana. Y se puede pronunciar a la francesa, así "elit". El elitismo es uno de esos conceptos que viene y va en las Grandes Modas a Gran Escala de Nuestra Señora la Humanidad. De repente gusta el sentirse miembro de un grupo poco concurrido, de repente esa minoría es señalada como la responsable de las enormes desigualdades, de repente unos elegidos parecen abocados a preservar una cierta exquisitez, de repente nos damos cuenta de que tildar a las representaciones masivas de lo popular como vulgares es injusto, avieso, perverso, en definitiva, otra forma de proyectar un aire de superioridad que no nos corresponde. Y yo lo dije en un correo privado de hace unos días: hay mediocridad mala y hay mediocridad buena. Metámosnoslo en la cabeza, porque este convencimiento mío es de esos que no admite demasiada discusión. La mediocridad de lo que gusta a muchos porque ha dispuesto de la suficiente difusión para hacerse popular no puede ser intrínsecamente mala: puede gustarnos o no, pero no es mala. Por mucha gente que alabe a Breaking Bad o OK Computer de Radiohead, no van a ser peores: puede que nos hartemos de ellos a causa de la sobreexposición a que pueda someternos el entusiasmo generalizado pero, si vamos a ser puntillosos, eso no pasó cuando los disfrutamos por primera vez y caimos cautivados por sus virtudes. En el fondo, querernos poner a salvo de toda mediocridad, querer hacer bandera de esnobismo y exclusividad en los gustos es como lo de los artículos de lujo: un ejercicio absoluto de egoísmo, cuando no es una actitud de narcisismo insano. El compartir en pequeños comités (otro galicismo) nos otorga un halo de seres únicos, nos pensamos que sabemos cosas que los demás no saben, nos pensamos que disponemos de un sexto sentido en nuestras apreciaciones, y ello, creemos, nos distingue de toda esa masa a la que le gustan cosas más comunes. De ahí, Freud no tardaría ni tres frases en deducir que tenemos gustos minoritarios para follar más, o para acceder a mejores personas con que follar. Bueno era Freud. Entonces, la mediocridad solo es mala cuando responde a la precipitación, al engaño, al plagio, a la falta de elaboración, con tal de apelar al perfil de la simplificación per se, con tal de programar resortes para el éxito en función no de talento sino de planificación. No: los gustos mayoritarios no tienen porqué ser mediocres. Son eso, mayoritarios, por algún motivo que, seguro, si muchos de los artistas que nos parece que son vocacionalmente minoritarios llegaran a descubrir, anda que no aprovecharían. Pues vamos.

dijous, 6 de novembre del 2014

MANIOBRAS DE DISTRACCIÓN

Yo debería estar hablando de otra cosa. De una cuenta atrás que ahora estaría en ese 3,2,1 final tan premonitorio, tan de señor pistola en alto, tan de manos sobre el tartán y musculatura de pierna en absoluta tensión.
Pero tengo esas cosas: tras algún tiempo en el que, Vampire Weekend aparte, me ha costado mucho concentrarme en búsquedas de nuevos sonidos, resulta que apenas un par de minutos de un inquietante vídeo del cual todavía no soy capaz de sacar ninguna conclusión, más el correspondiente sonido, sí, claro, me sitúan en pie de guardia ante la posibilidad de que Arca pueda ser el nuevo salvador de la deprimente (por repetitiva, por uniforme, por estereotipada) escena electrónica. Curioso, un músico alejado de los perfiles habituales. ¿Cuántos venezolanos conocemos, que estén metidos tan a fondo como para tener dos grandes referencias en su CV? Diseñar el sonido de FKA Twigs, que podríamos decir que son, casi, una mezcla bastarda de lo mejor que podrían ofrecer Kelis o Mrs, Dynamite en sus mejores momentos, más lo que parecían prometer AlunaGeorge y un tracklist estropeó. Y participar en Yeezus, único disco que he soportado de Kanye West, aportando ruido, distorsión, reverberación, corpulencia. Eso es todo lo que sé del tipo este, porque, hoy escribía en otro lado y a cuenta de algo que no era un disco, la mitomanía forma parte del pasado y si busco una foto del tipo, y me decido a comprobar su nombre es porque, Francesc, un mínimo, Francesc, vamos. El nombre es Alejandro Ghersi: también dicen que anda metido en lo nuevo de Björk, cosa muy coherente, dado que Björk ya obtuvo una cúspide de su carrera con Mark Bell jugueteando con ritmos y cuerdas en Homogenic. Y eso es lo que parece que Arca obtiene de su sonido. Podría citar una referencia obvia en lo estético, Richard D. James alias Aphex Twin y otros 300 alias más. Hasta esa curiosa filia por los vídeos perturbadores, que contienen figuras asexuadas (o multisexuadas, que me despisto), que retuercen órganos y extremidades, que parecen evoluciones de tumores plasmadas a cámara fija, hasta eso parece emparentarlos. Y el uso de las figuras infantiles. Condenado Youtube, condenadas cámaras en infrarrojos. Michael Cunningham, cuánto te debe la cultura visual moderna.


Y aunque Thievery, que así se llama este experimento de sensualidad equívoca, sea un hito solitario de apenas tres minutos dentro de un disco que no dura ni cuarenta, pues resulta que le noto alguna cosa que no había notado hacía tiempo. 

Pero yo debería hablar de otra cosa, lo sé. Para qué insistir en el tema, pienso. Cartas sobre la mesa, excitación como no recuerdo antes. Lo intentamos de una manera, de otra, quizás haga falta otra treta, apenas 60 horas para comprobar si, ya que nuestros políticos demuestran ser iguales a otros en ciertos aspectos, les da por ser diferentes de otros en valentía, en firmeza, en sentido de la determinación.


En cualquier caso, hay que ir conociéndome. Aún oigo muy a menudo esa maravilla que es el speech inicial de Giorgio en ese disco de Daft Punk que ahora nos parece que es de la prehistoria. Aún me sorprendo oyendo a un tipo hablar del sonido del futuro y cómo el sintetizador estaba agazapado en una pista de la mesa de mezclas, esperando a ser descubierto. Oigo como la música se incorpora por capas bajo sus palabras y como esas cuerdas hacen que la música adquiera una especie de calidez nocturna que no sé llamar de otra forma.
Puede que Arca sea el futuro, pero puede que mañana yo diga que ya es el pasado. Ya me iréis conociendo, ya veréis.


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