dissabte, 29 de juny del 2013

GANADO LANAR

Oh vamos. No es que yo pretenda poner en duda cualquier iniciativa que se ponga en marcha. No es, desde luego, que desde un rincón donde pocas cosas se ponen en marcha últimamente uno opte por la actitud de la crítica por la crítica. Pero, como catalán e independentista convencido, me pregunto qué, qué coño pretendemos que aporte a la causa la cuestión de reunir a unos cuantos músicos en el Camp Nou para proclamar lo que ya sabemos y, peor, otros ya saben que proclamaremos. Joder, menudos movimientos obvios, menudas estratagemas de pacotilla que nos da por diseñar. Ah. Que no lo diseñamos, que todo es generación espontánea y veu d'un poble y patatín patatán. Vaya tela.
Me veo esta mañana, despertándome en dos fases: el despertar de quien está acostumbrado a madrugar los días laborables. A las seis abro los ojos y a las seis y cinco vuelvo a cerrarlos. Cuando vuelvo a despertar, pasadas dos horas y media, sólo recuerdo que he soñado con que estaba viendo una carrera de F1 y Rajoy conducía un monoplaza. Eso sí es un señor sueño. Como estoy releyendo a Houellebecq, renuncio a usar el psicoanálisis para averiguar cómo eso ha llegado a mi cerebro. La F1, que me adormece, y Rajoy, cuyo nombre hace que me den ganas de consultar por internet las vacantes en organizaciones terroristas. Más, encima,  Wert en el blog de Talita. Ya estamos todos. 
Me veo esta mañana, mirando los tweets de la noche y colgando un tweet sobre este concierto. Me veo pensando en qué sentido tiene más que el de la tormenta perfecta para que los de @apuntem llenen más sus ya nutridas bases de datos. 
Esta es la situación. Cerca de diez meses después de la Diada que tenía que cambiarlo todo, lo único que parecen sugerir las encuestas es que el electorado se ha radicalizado en su mensaje independentista. Aventuro que no es difícil prever que es un proceso que irá a más. Cada nuevo votante que se incorpora accediendo a  la edad de votar es un joven normalmente consciente de que la perspectiva actual es funesta para su futuro. Por el otro lado, cada votante que se va al otro barrio es normalmente una persona que ha vivido una guerra, una postguerra, situaciones a las que no desea volver y que los medios de comunicación más habituales se empeñan en situar como un horizonte posible en caso de que una secesión abocase a una confrontación. Respecto a las edades intermedias, el azote del paro, de los recortes, de las bajadas salariales, de las políticas contra la población, no hace más que confirmarles día a día que cualquier situación diferente es mejor que la actual.
Pero para constatar eso no hace falta un concierto. El concierto, sobre cuyo impacto económico no pienso elucubrar, solo servirá para que canten los de siempre (con una transversalidad, ejem, artística, que me pone los pelos de punta), que lo escuchen los de siempre, que lo retransmitan los de siempre y que lo critiquen los de siempre. Nosotros pensaremos ladran, luego cabalgamos. Ellos pensarán, ladran, luego cabalgamos. Sin pretender azuzar para nada ningún tipo de descabellado plan armado, los bandos están formados ya. Puede que algunos no hayan decidido de qué lado están, puede que estén negociando los términos de su incorporación. Pero no hace falta conciertos para mostrarlo. Las banderas en los balcones hay que lavarlas para que nadie las tome por un trapo olvidado. La hoz tiene que estar afilada. Nada de celebraciones fatuas que no aportan nada ya. Ni comuniones multitudinarias ni subidas a montañas emblemáticas ni desfiles nocturnos por vías principales, ni campañas institucionales en el extranjero. A ver si vamos teniéndolo claro, que si les da igual lo que se vote o por lo que se manifiesten millones de personas, qué es lo que van a pensar de cuatro tipos (¡Gerard Quintana!, ¡Dyango!) subidos en un escenario diciéndole a la gente que extienda banderas, pero que no encienda mecheros, que las banderas fabricadas en China prenden con facilidad, y que el Camp Nou es nuestra otra catedral.

Salgamos a bailar. Ya.




dissabte, 22 de juny del 2013

LA BELLEZA SERENA DE CIERTAS ESPECIES DE ORQUÍDEA

Álex Azkona me obliga cada vez que escribo su nombre a plantearme la duda de la acentuación de las mayúsculas. Como básicamente soy un vago redomado (cuestión que esgrimo con habilidad, con argumentos de centrar mis escasos esfuerzos en obtener buenos ratios de productividad) eso debería hacer que yo le tenga una cierta manía (los argentinos que me leen me hacen dudar aquí: siempre en el castellano peninsular se diría que le coja una cierta manía). Como además soy un DFT (disléxico funcional de teclado; con la mano siempre yendo a una tecla antes que a otra), el tema de la doble combinación <tecla mayúscula+acento> me trae loco.
Álex Azkona (acabo de descubrir que desplazarme arriba para usar el corta y pega en el texto es aún más trabajoso que lo de la doble combinación <tecla mayúscula+acento> (y que toda esta explicación está resultando a la postre sumamente agotadora) ) me recrimina a través de Twitter mi alejamiento de este mi propio blog en aras, en beneficio, o sea, a favor, de alguno de esos en los que escribo no solo sino en compañía de almas ajenas (muchas a la vez compatriotas de Álex Azkona).
Mi mensaje de respuesta, en Twitter, ha sido gracioso. ¿No? Ni a monosílabo ha llegado. Ocurre que el tiempo es limitado, el de vida, el de estar en la cama, el de comer al mediodía. Todos esos tiempos tienen una barra delante y otra detrás que los delimitan. Ay: si delimitan me suena casi a dinamitan.

A lo largo de lo que llevamos de año he tenido muchos conatos de post. Muchos momentos de fulgor pseudo-inspiratorio en los que se encendía alguna luz o se hinchaba alguna venita o se me esbozaba alguna sonrisa en el rostro. Ese fulgor muchas veces era pura espuma de gaseosa o un aire de brisa que refresca para seguir sudando copiosamente a continuación.

Un día pensé en solazarme con los del cono sur pues el idiota de Rajoy hablaba de crear una especie de transnacional sudamericana del neoliberalismo ultracatólico. En advertirles seriamente de lo que se les venía encima si esa amenaza se consolidaba. Seguro que hubiera sido un post formidable, pero dudo que nadie que me lea discrepase. Rajoy y sus amiguetes son una lacra y una amenaza tan patente y obvia que lo único que podría sacarse de positivo sería que alguien que me leyera se sintiera empujado por algún motivo a empujarles hacia el destino que se merecen.
Varios otros días pensé en hablar de todas las cuestiones futbolísticas que han sufrido tantos vaivenes: victorias pírricas y derrotas heroicas y viceversa. Ahora mismo podría ceder a la tentación de hablar de los problemas fiscales de Leo Messi, y acabar argumentando algo así como que para dar impuestos a un estado como el español, dedicado a dilapidarlo en aeropuertos desiertos, trenes vacíos y estaciones de tren megalomaníacas, sinceramente ya prefería que lo escondiera donde buenamente pudiera. Estaría dispuesto a recibir toda serie de diatribas y las defendería con socarronería no exenta de cierta maldad.
Lo cierto es que todos esos no han pasado de ser apuntes y, mientras tanto, he reseñado libros y he comentado discos con distinta suerte y con estilos que no siempre han sido dignos de mi satisfacción. Sí: el ritmo ha bajado y sí, el responsable directo soy yo y lo limitado de mi tiempo. Pero también hay otro efecto: el ritmo de antes se elevaba por un promontorio que llevaba a un abismo. Incapaz de dejar de escribir, se había elevado tanto a la categoría de casi profesión que muchas veces la naturalidad era producto del ritmo competitivo, la efectividad era mero producto de cierta inercia.
Por los mismos motivos, apenas tengo tiempo de ver series. Tengo colgadas muchas de ellas, aunque estoy seguro de que el 11 de agosto estaré donde deba.
Ni de leer prensa: pero esto empieza a resultarme gratificante. El constante deterioro del mundo que nos rodea ya es bastante palpable paseando por la calle, está de más corroborarlo día tras otro en la prensa escrita, empresas cerrando y gobiernos imponiendo medidas contra la gente a quien gobiernan. Sí, contra. Gobernar contra ya tiene todas las coartadas, volvemos al feudalismo.
Pero Álex, y todos los demás, no dejo de estar. Una explicación que se queda corta, que es innecesaria y puede que hasta me haya salido emotiva y remilgada. No pienso dejar títere con cabeza y mi cabreo con quien sea que orquesta todo esto es mayúsculo: James Gandolfini no, joder.

dijous, 20 de juny del 2013

TARDE


Sí: como un periodista que se duerme justo el día de la gran noticia, a destiempo me pilla lo de Gandolfini. Tanto tiempo hablando de dedicarle el post que ponga en su sitio mi admiración por la serie y viene la locomotora y arremete contra mi y contra el incumplimiento de mis promesas. Y contra mis seculares prejuicios en contra de la excesiva totemización. Pero lo de Gandolfini. Uno puede atribuir lo de The Sopranos al toque mágico de HBO, a la apuesta segura que son las cuestiones de gángster, a lo que sea. Y hasta puede pensar qué habría sido de la serie con la elección de cualquiera de los otros actores que, dicen, fueron tentados para el papel. Pero Tony Soprano es el hombre del milenio. Reiros de casi cualquier otro. Echad números: qué actor ha popularizado hasta tal punto un personaje y lo ha mantenido tal número de horas en pantalla en una serie de tanto prestigio. Respuesta: sólo James Gandolfini. Su mirada perdida, su albornoz y su torpe descenso a por el periódico: su desparpajo tomando de la nevera el envase del zumo de naranja. Su ira ante la adversidad, su estoicismo y su calma como capitán del barco. Sus patos, su familia para arriba y su familia para abajo. Sólo Gandolfini, claro, jugando con ventaja pues quizás nadie le hubiera dicho que ese era el papel de su vida, el papel que hace, espero, que muchos rendidos admiradores nos hayamos sentado un ratito a eso, a montar cuatro frases precipitadas que no alcanzarán a darle toda la pleitesía que se merece por ser el personaje más poliédrico de (os permito dudar entre tres) una de las mejores series de todos los tiempos: de una serie de la que aprendías para la vida, y él era el involuntario profesor.
Grandísimo, y jodido como nada decirle adiós.

dimarts, 11 de juny del 2013

TULI MÁRQUEZ: L'ENDEMÀ

¿Pone en duda la credibilidad de quien escribe reconocer cierta sintonía de onda con el autor del libro que reseña? Vamos, eso me pasó con el libro de Iván Repila y nadie puso el grito en el cielo (bueno, nadie puso el grito en ninguna parte). Escepticismo: ah, es eso. Qué dirá este de malo, pues. Entre bueyes no hay cornadas, dirá otro. El mundo blogger, siempre tan corporativista, dice el de más allá. 
Pues voy a empezar por los detalles que menos me han gustado de esta novela. Uno, que se nota que Tuli ya anda bregado en lo de escribir, así que no puede juzgarse como ópera prima al 100%. No se pueden atribuir cosas al nervio inicial de quien cede a la excitación de ver sus letras impresas y encuadernadas y con una etiqueta que pone un precio y que pases por caja si quieres que el libro sea tuyo. Dos, que como integrista de lo musical, me ha mostrado ciertas entretelas del negocio que no es que no sospechara que existían, sino que estaba más cómodo ignorando: la organización empresarial y económica tras el éxito de un grupo, la fría maquinación de un disco, de una gira. El entramado de intereses que pervierte (supongo) y condiciona (me temo) a esa figura que tanto me gusta (y que tan lejos parece  estar), la del músico atormentado en el proceso creativo. Constatar eso, saber que los músicos comen y cagan y van al súper y a las entrevistas con los profesores de sus hijos, que no son máquinas de componer ni seres de otro planeta que olvidarían que hay que vivir mientras conciben los sonidos que nos cambian las vidas a unos cuantos.
Y qué hay de todo lo demás. Pues, por ejemplo, me encanta cómo Tuli emplea el presente en todo el libro. A pesar de los flash-back, todo está ocurriendo frente a nuestras narices, y creemos que nos caerá alguna miasma si el protagonista tose, porque lo vemos ahí. La sensación de cercanía de la historia es constante. La cuestión barcelonesa: pues hasta debo agradecerle que ahora sepa qué es el barrio del Farró, un barrio que al menos tiene un nombre con solera y personalidad (no como el mío: la Nova Esquerra de l'Eixample, que parece el nombre de un partido político creado por cuatro cuarentones aburridos sentados en un banco en el interior de una manzana mientras ven a sus perros mearse en los rincones). No hay que pasarse con el estigma de la barcelonesidad del libro: pero aunque su trama sea trasladable a cualquier gran ciudad, conocer algunos de sus escenarios es un poderoso plus añadido. No podré pasar otra vez por esa rotonda de Can Caralleu sin especular con el sitio donde el coche del patriarca de los Rovira queda inmovilizado. También me gusta el protagonismo de la luz y la temperatura. Cómo juega literariamente con los términos para definir esa abrumadura presencia climática mediterránea, que es, en el fondo, la que marca nuestras vidas, nuestras ganas de hacer cosas, y hasta nuestros carácteres. Los personajes son unos u otros conforme el chorro del aire acondicionado los bendiga o no. Y la decadencia burguesa, en ese retrato (justo el que me deprime a mí) de los clanes familiares ávidos de reciclar los malos hábitos de los hijos díscolos hasta convertirlos en máquinas de hacer dinero. Un toque, el burgués, que es una veladura sobre toda la novela. Sean músicos enganchados a la heroína, señoras de mediana edad con líbidos desenfocadas, o señores mayores con pañuelo al cuello, todos los personajes de Tuli Márquez mantienen una dignidad admirable. Blandiendo palos de golf o jeringas ejemplarizantes, pululando por El Prat o por las calles de Sant Gervasi, están dotados de una flema y un saber estar que muchos querrían para sí. Pongámosle una pega: esperaba alguna gota más de sangre, quizás por el arranque y la carga estética del libro objeto. Pero eso ya es una cuestión personal.
De momento, solo en catalán: Reservoir Books, Alpha Decay, Blackie Books, Contraseñas de Anagrama y otras editoriales con catálogos en los que esta magnifica novela hallaría un adecuado acomodo: no sé a qué esperáis para haceros con el teléfono de este tío.

dilluns, 10 de juny del 2013

LA VARA DE MEDIR

La edición número 20 del festival Sónar está aquí al lado. Superar la 10 ya fue un mérito. No por lo que fuera el festival sino porque su objeto principal, la música electrónica, ya trazaba entonces una decadencia que los gestores del festival supieron componerse para que no les arrastrara en su caída. Programando figuras ajenas al centro neurálgico del movimiento, a la vez que estando atentos a las emergentes, los tres tipos estos han sabido aguantar en pie un festival de esos que excita a los seguidores. Optando este año por referencias clásicas como Kraftwerk o Pet Shop Boys e incrustando a Skrillex, como para equilibrar. Ampliando el espectro e intentando acercar la música a los niños con el SónarKids. Y van los imbéciles de La Vanguardia y no se les ocurre otra cosa que hacerles una entrevista a dos páginas en una óptica casi exclusivamente empresarial, ignorando que la labor de estos tipos nace de su amor por la música y centrándose en los aspectos económicos que dictaminan su continuidad: subvenciones, rentabilidad, impacto sobre el PIB, dinero que atrae a la ciudad (o sea, a la todopoderosa estructura hotelera) y todas esas cuestiones que tan poco me importan. Poco respeto el que muestra hacia los artistas que han desfilado, que son los responsables finales de que a un festival se acuda con sus obras. La Vanguardia, y debo agradecer a muchos que me han abierto los ojos, hace tiempo que me toca mucho las narices con su servilismo al poder y su tibia actitud. Pero sabéis que lo que más me crispa es eso. Nadie piensa en creatividad si no acarrea éxito económico. Nadie piensa en ello si en el otro lado no hay un mercado que lo acepta y lo compra. Puede que sea una cornisa a la que estoy subido de un modo quijotesco, claro. Puede que sea un francotirador asediado desde todos lados. Y hasta puede que el Sónar también haya sido un pretexto para enriquecer a unos cuantos. Pero la ignorancia del hecho fundamental, que es contribuir a la difusión de cierta corriente musical que ahora podemos considerar como madura o asumida, pero que hace 20 años no lo era en absoluto, esa indiferencia ante todo para situar en primera plana cuestiones siempre relacionadas con los conceptos financieros: rentabilidad, viabilidad, rendimiento, subvención, financiación, beneficio... me ofusca y me cabrea. Es como echar números del beneficio económico que nos aporta la visión de un gran cuadro. Inconmensurable. Buscad la palabra.

dissabte, 8 de juny del 2013

BARCELONA BLOG CROISSANT LLUVIA


Llueve. Llueve con fuerza en un sábado de Junio en Barcelona. De esos sábados en que no hay más remedio que salir a la calle porque el club de fútbol donde juega Gerard organiza su día de convivencia y nadie se teme una lluvia así en un sábado de Junio en Barcelona. Esta lluvia septiembrea. Sí: es un verbo regular de la primera conjugación.
Me digo a mí mismo que he de escribir hasta las once, que me espera mi amigo Tuli en las páginas de su libro. Que está siendo dinámico e interesante, por encima no de lo que esperaba sino de lo que me temía. Me temía una lectura inclinada a buscar motivos de elogio y nada de eso. Nada de eso. Tuli, no hace falta buscar lo que se encuentra en muchos rincones. Va, para que no me tilden de exagerado, en bastantes rincones.
Pero es sábado y he hecho mi ruta  clásica de la mañana del sábado: comprar el pan y comprar la prensa. Prensa que hojeo cada día menos: demasiados engaños para tan pocas páginas. Beppe Grillo, semáforo rojo (intuyo, porque recriminan cierto caudillismo en la gestión de su partido). Sánchez Dragó, libro de abuelete que promociona patéticamente poniendo bien visible en una de esas fotos teñidas de casual pero que son resultados del product-placing más casero. Anda que te ondulen.
La patadita que me ha sentado aquí. Ejemplos de la sabiduría de la demanda frente a la obstinación de la oferta. O de como los directivos de las grandes empresas deberían tomar clases de cálculo básico.
El croissant "paris" (de mantequilla) que venden cada día en temporada habitual cuesta 1,15 euros. No venden apenas, dado que hay crisis y la gente opta por cosas más asequibles o por comprarlo en formato de bollería industrial, o lo que sea. El comportamiento de la gente no es tan previsible.
El comercio decide promover una oferta de 4 croissants "paris" por 1 euro (perdón por la obstinación de poner "paris" en minúscula, pero aquí el nombre no homenajea ni describe: se usa como un accesorio sibilino de venta). Lo que es lo mismo: desciende el precio a 0,25 euros la unidad (aunque los croissants parecen algo más pequeños), a cambio de llevarse cuatro. Dudo que nadie opte por aprovechar la oferta y desechar los 3 croissants restantes: nuestro instinto de supervivencia, agudizado por la crisis, todavía nos conduce a acaparar víveres.
Los croissants "paris" (...) que habitualmente languidecen en una única bandeja diaria vendidos en pocas cantidades, vuelan cuando se venden a ese precio. Que los convierte, con mucho, en el producto más barato de la oferta del establecimiento. 
A las pocas semanas la oferta se acaba. Después de venderlos a miles, recuperar el precio anterior vuelve a confinarlos, bruscamente pasan de producto estrella a producto estrellado. Alguna cabeza pensante urde un nuevo plan. Consistente en reducir a 3 el número de croissants (y que estos sean del tamaño habitual) que se despachen por 1 euro. En la práctica, un incremento de un 33% sobre la oferta anterior, pues ahora el croissant sale por unos simbólicos 0,33 (decimal periódico) euros. La reacción es inmediata: la gente vuelve a llevárselos a montones.
La oferta se interrumpe y los croissants vuelven a su precio inicial. Supongo, vuelven a quedarse sin vender. La oferta de 3 x 1 euro se recupera y las bandejas de croissants vuelven por todo lo alto. Esta es la situación actual. Llegado este punto, el cerebro en la sombra tras la cadena de panaderías debe estar pensando si sube la apuesta y pasa a entregar, en un momento de futuro, solo 2 croissants per 1 euro, a sabiendas de que ese es aún inferior al precio unitario del croissant. Precio que es como un hijo para él: se pasó montones de horas escandallando y calculando precios de producto, de su cocción, de sus comercialización, del equipo de marketing, del director general que le ha encargado a él esa tarea, del accionista que quiere beneficio. Hasta ha calculado cuánto de su sueldo se paga cada vez que se despacha ese croissant que el mercado (mercado de los cojones, mercado de mierda, y otras cosas que piensa) se ha obstinado en rechazarle a ese precio. Pero quizás no ha pensado en que el mercado ya le ha dicho que sí, que el croissant es bueno, pero que no piensa pagar 1,15 euros por él. El cerebro estima si la respuesta a una nueva subida (del 50%, pues el precio del croissant pasaría a 0,50 euros) sería acogida con satisfacción. Pero se resiste a un paso tan obvio: se resiste a cometer la cuarta personal que le acercaría a la descalificación segura que es regresar al precio básico: debe aprender de la lección, pero su ego descomunal, el ego que le empujaría a proclamar en la reunión de cada lunes que ha conquistado al mercado con el precio que él calculó, se lo impide. Probará despues 3 croissants por 2 euros y 4 croissants por 3 euros y 5 croissants por 4 euros (y alguien le dirá que no sabe quése va a hacer con tanto croissant) y estirará hasta acercarse al punto en que la gente vuelva a parar, en ese punto en que el sabio diría eureka y el dirá pero esto no son los 1.15.

dimecres, 5 de juny del 2013

DON'T GO

Me hago con la revista: por una vez, y no recuerdo bien si esa coincidencia se dio en el pasado, veo que mis dos revistas de música favoritas coinciden en el artista que figura en su portada: KRAFTWERK. Sí, en mayúsculas, en letras enormes que compensen el número de veces que los debería haber nombrado y las pocas que lo he hecho. Pero esa coincidencia, la de las portadas de los números de junio de RDL y Go-Mag no volverá a repetirse. No en papel, no en el elegantemente satinado negro que ha monopolizado sus portadas de los últimos meses: Go-Mag cierra en su edición en papel. Sí, esa cosa tan incómoda que se amontona en los rincones y ocupa ese espacio desorbitado, y pesa y se carga bosques y se blanquea con productos que destrozan el medio ambiente. O sea, esa cosa que huele tan bien recién impresa, que hace como un gusto raro hojear, que se mete en el maletín o en el bolso en bandolera y, sin necesidad de energía eléctrica o conexión Wi-Fi, nos lleva a navegar. Porque a mí me gusta el papel en los libros y también en las revistas: me gusta cuidar del objeto y aunque estoy tan contento como el que más con la información gratuita que circula por la red, mi nostalgia puede hasta con eso. No voy a imprimirme pantalla tras pantalla, y seguro que leeré los contenidos y saldré disparado a por lo que sea que recomienden como hago ahora. Pero no va a ser lo mismo. El simbolismo de que una publicación dedicada a cubrir la música de vanguardia cierre ya lo he vivido. Recuerdo el golpe con Muzik, hace justo diez años. El artículo de despedida recurre al tópico del adiós y el hasta luego. Qué van a decir. Veíamos que el contenido aumentaba porque la publicidad disminuía y no era cuestión de vender un número de 40 páginas. Nos lo temíamos. Mientras, el estado español, ese circunloquio que tanto se me recrimina a veces, debe repartir subvenciones a festejos taurinos y a festivales con David Bisbal o a esa apoteosis de la burguesía de segunda residencia que es Cap Roig. No hay subvenciones para revistas de cultura actual, no hay un rinconcito para cubrir o financiar pérdidas mientras se espera que el ciclo se defina. Go-Mag cierra (seguirá solo en la red) y ya solo me queda RDL y, claro, toda la red, sí, toda la red, ya sé, pesaos, que es enorme y gratis y todo el rollo. Pero a mi me gustaba ir agarrado una revista: la tenia el día que salía y pensaba: nadie se entera de estas cosas antes que yo. Allí, en un rincón, queda una pila enorme cuyo crecimiento se ha cortado de raíz. Pues vaya.

diumenge, 2 de juny del 2013

JUNOT DIAZ: Me temo que he encontrado a otro genio

Contraviniendo mi estúpida norma auto impuesta para evitar auto-espoilearme en lo concerniente a mis colaboraciones con los simpáticos compañeros de UnLibroAlDía voy a salir aquí con una reseña de un libro que sacaré más adelante con ellos. No la misma, pero sí el mismo libro. Bueno: he dicho auto impuesta y es completamente así. Pero es que decidí algo como segmentar mis áreas de alcance (debo haberlo explicado en algún post autoreferencial pesadísimo) y eso acarrea dejar un poco de lado la cuestión literaria aquí. Cuestión aclaratoria zanjada, haré lo que ya hice con  algún otro libro, incluyendo esas despachadas a gusto que fueron mis opiniones sobre Cosmópolis y Chesil Beach (gérmenes, por cierto, de lo que algún día, cuando todos nos decidamos, será ese blog conjunto machacando grandes obras de todos los siglos que a nosotros no nos lo parecen).

Pues sí: vaya por delante mi absoluta admiración por cualquier tipo que, siendo escritor de ficción, elija una camiseta Technics para fotografiarse y lo haga ante unas estanterías funcionales de esas que le ponen los pelos de punta a mucha gente: parece estar gritando que alguien la ordene. Pero Junot Díaz no se conforma con eso. Acabo de descubrir, leyendo los relatos de su primer libro Los Boys, de 1996, a un escritor de los que escasean. Es a los escritores sesudos (o sea, los que se ponen siempre la mano en la barbilla para posar, cosa que él solo ha hecho una vez, y estoy seguro de que está arrepentido) lo que un jugador de fútbol formado en la calle a esos talentos diseñados en las escuelas técnicas desde los cuatro años. Cero superficie, todo contenido. Sus relatos tienen un aire casual y suburbial que transpira credibilidad. Son relatos sin grandes pretensiones ni grandes hechos que los aglutinen, son una especie de películas corales con siete u ocho grandes actores secundarios porque el presupuesto no daba para más y se trata de que a la gente les suenen las caras. Los Boys me parece una de las óperas primas más descaradas que he leído, y no voy a calentarme la cabeza con comparaciones. Puede que una: el Fabíán Casas de Los Lemmings, pero trasladado de Buenos Aires a Santo Domingo (de donde es oriundo Díaz, aunque escribe en inglés) o a New Jersey (donde reside). No me caliento la cabeza, digo: ahora mismo la TV me entretiene desde un rincón de mi casa con una astróloga que me explica que una de cada doce personas del planeta (o sea, todos las que comparten mi signo del zodíaco - véase grandes frases de Sheldon Cooper para saber qué pienso yo del zodíaco) van a pasar una semana fenomenal. E imagino a personajes de Díaz, sentados en sofás desgastados y desvencijados ante la TV, prestando atención a esta embaucadora y pensando (añádase una jerga de slang latino) que la semana que viene cambiará mi suerte. Jodido Díaz: tiene una novela más (La maravillosa vida breve de Oscar Wao) otra colección de relatos recién publicada llamada Así es como la pierdes, ambas con espectaculares opiniones y relaciones de galardones de esos de segunda fila que son los que me gustan de verdad. Que se joda el premio Planeta mientras exista el concurso de narrativa corta del norte de la provincia de Soria. 
Junot Díaz, con un leve parecido con mi amigo Pedro, ya que estamos, es de esos escritores transversales que, seguro, te firma un autógrafo cuando te ve por la calle porque está tan sorprendido de que alguien le conozca como tú de encontrártelo. Es otro de esos ejemplos vivos de USA como aglutinador de talentos mestizos (Teju Cole, Hari Kunzru, algunos otros que me dejo), y es uno de esos autores que, a diferencia de algunos otros (me repongo trabajosamente de un espectacular fracaso con Pynchon), no necesita de un libro de instrucciones ni de una preparación previa (física y espiritual) para disfrutarlo a conciencia. Sus personajes moran en las esquinas, en los bares, en los sofás, y, seguro, pasan noches en las comisarías porque se quedaron sin saldo en el celular para avisar a los amigos. Son míseros y cometen errores pero están vivos y, a poco que puedan, quieren seguir estándolo. 
Segueix a @francescbon