divendres, 23 de març del 2012

SANGRE SECA

Voy siguiendo recomendaciones de diversos blogs que leo. Las mezclo con ciertos fogonazos intuitivos. No hay fórmula maestra: a veces funciona espectacularmente, otras acaba en un cierto desencanto, otras queda en medio.
Que es lo que me ha pasado con Pánico al amanecer. Triples recomendaciones, Mr. Blue, J. M. Coetzee y Nick Cave, en distintos canales, se pronunciaban ávidamente a favor de esta novela. Rápidamente la obtuve a través de la biblioteca, y el resto lo hicieron unas tres horas de atropelladas lecturas, he de reconocer, intercaladas con variados asaltos de mis hijos en busca de ayuda en sus tareas. Puede, entonces, que no haya sido la más idílica de las maneras de leerlo. La del sofá y el whisky con hielo y el silencio en la casa. De 11 de la noche en adelante o, sin el whisky por motivos obvios, las 5 o las 6 de la mañana de un sábado cualquiera.
La cuestión es que algunas de las referencias que acuden vagamente a mi cabeza a medida que leo, lo son de obras publicadas con alguna anterioridad a este libro, que es del 1961, con lo cual sólo hemos tardado 51 años en disponer de una edición en castellano. Bravo.
Pienso en El extranjero de Camus (1941), por la sensación de aislamiento del protagonista. Por ese paulatino tránsito entre la ilusión y la desolación, delimitado por una línea de tiza en la arena de un parque.
Pienso en El guardián entre el centeno de Salinger (1951) por el protagonista metido en un limbo de su vida, en un momento huérfano que, en otras circunstancias, sería irrelevante, pero que, por su debilidad de carácter y su endeble resistencia a los vicios, parece que vaya a convertirse en su momento crucial.
Pienso en Pedro Páramo de Rulfo (1957) por la ciudad ligeramente fantasmal en que el protagonista traba amistades con inúsita (y algo increíble) rapidez. También por si esas amistades son tan reales como se describen o esa sensación se debe a cierta ensoñación cómplice en el narrador.
Pienso en Miedo y asco en Las Vegas de Thompson (1971) por la secuencia con los coches en el desierto australiano, por el maletero del coche y la sensación de descontrol absoluto precipitándose a la orgía de violencia gratuita. Por la sensación de que, en esos episodios de frenesí colectivo, siempre parece haber alguien lo bastante sereno para manipularlo todo a su antojo.
Y, al final, pienso en un par de libros de Cormac McCarthy, La carretera (2006) y Meridiano de sangre (1985) , por ese espíritu fronterizo del camino y la búsqueda que se disfraza de huida.

Entonces, con semejante refrito de influencias, algunas de las cuales pudieron serlo realmente del autor, me cuesta horrores encontrar el punto en que este libro sea completamente original. Mi culpa, posiblemente, por todas las lecturas previas que se han quedado pegadas a mi memoria, y Kenneth Cook no tiene (tenía) la culpa del momento en que abordé su libro. Bien escrito, con una narración casi cinematográfica, con una cierta tendencia al clasicismo instantáneo, a la influencia en generaciones venideras, pero, para mí, tan lleno de lugares comunes, que no lo he disfrutado del todo.

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