dijous, 29 de març del 2012

LAS PAREDES SE DESMORONAN

Leía las últimas cincuenta páginas, consciente de varias cuestiones: que las letras HBO retumbaban en mi cerebro, tras el hecho, desencadenante de su lectura, de que fuera el canal que trabajaba en su adaptación como serie; que Tremè, por supuesto, también de HBO, contenía algunos personajes algo reminiscentes (la cocinera de éxito, el bohemian bourgeois). También notaba que el libro huiría de un final al uso, y que lo echaría de menos nada más cerrarlo y desprenderme de él.
Aunque haya decidido dejar un tiempo hasta que acometa alguna de sus otras tres novelas, Las correcciones me ha dejado profundamente convencido de que, si Jonathan Franzen no es una estrella literaria de absoluta envergadura y profusión en los medios, es porque no le da la real gana. A diferencia de Paul Auster, por ejemplo, que ya sabemos que es más prolífico y tiene un aspecto más intelectual, que hasta tiene una guapa hija cantante. Que es más neoyorquino, que es casi una definición per se. Escritor neoyorquino exiliado en Barcelona. Debería ponérmelo en una tarjeta.
Aunque con ese ritmo de algo menos de década por libro, cuesta ver las coincidencias entre sus obras cumbre, diría que los americanos podrian considerar a Jonathan Franzen su Houellebecq ( o a un eventual cruce bastardo entre Franzen, Easton Ellis, y Foster Wallace), aunque en cualquier caso, los franceses no dirían que Houellebecq es su Franzen.  No sólo por chauvinismo: Franzen es bueno, pero necesita casi una década y 700 páginas para meter el mundo en un libro. Houellebecq, le pese a quien le pese, lo mete en 300 páginas cada tres o cuatro años. Debe ser la bilis, que ayuda a la compresión de los conceptos.
Porque Las correcciones es justo el caleidoscopio que esperaba encontrarme. No es rimbombante ni nada, la muy manida definición de gran novela americana. Pero hay que reconocer que el concepto puede encajar en ese libro, escrito, recordemos, antes del 11-S. Franzen escribe sobre la vejez, y sus desagradables efectos colaterales, sobre el cada vez más difícil paso entre la juventud y la inmadurez. Sobre los triunfos amargos y los fracasos felices. La bolsa y las empresas manipuladoras. Las absorciones y las reestructuraciones. Los medicamentos y los países que los prohiben y los limbos que los permiten. Las identidades sexuales llenas de nebulosas y vaivenes. La línea de puntos recortable (no en línea recta) que delimita cordura y demencia. Las educaciones estrictas y el sentido del honor. Franzen habla, no en primera persona, a diferencia de Houellebecq, sino a través de los diálogos y las acciones de sus personajes. No intercala tanto sus propias opiniones. Donde uno es una tormenta el otro es una llovizna (un calabobos, qué bonita palabra). Por compararlo con otro tótem, al igual que Bolaño, muchas de las historias que intercala son tan potencialmente novelescas como la trama principal. 734 páginas a ese ritmo, creedme, resultan extenuantes. Una aceleración constante cuesta abajo. Un libro lejos de ser perfecto, pero en el que, pensándolo detenidamente, ni las dos secuencias que más largas se me han hecho (una alucinación escatológica y una surrealista visita médica a bordo de un crucero para jubilados), tengo la sensación de que sobren lo más mínimo. Porque no hay mejor manera de mostrar que algo te satura que saturar explicándolo. Cabrón de Franzen. Diez años para una novela. Sobreviviendo de las rentas de la anterior y de los anticipos de una editorial que, casi seguro, cambia de directivos y de personal mientras tú eres Jonathan Franzen, el cabrón de escritor que nunca acaba de entregar su obra acabada. La herencia que se pasa de un balance anual a otro. Un activo que no se hace líquido.
Mientras, Franzen se sienta y mira las nubes: las nubes pasan y está ahí sentado, analizando lo que pasa a su alrededor, para meterlo en su próximo libro. Pensando qué hay de malo en ser simplemente el cristal de una ventana.



4 comentaris:

  1. Evidentemente, aprender a leer es aún más difícil que aprender a escribir.
    Es sorprendente: siempre creí que si estabas "obligado" a leer contra reloj, la comprensión del texto iba a resentirse, y ni qué hablar del subtexto, lo que debe desentrañarse desde muy por debajo de los caracteres impresos.
    Maldito catalán, has demostrado que se puede...

    Mis felicitaciones.

    HdeB

    ResponElimina
    Respostes
    1. Sarna con gusto no pica !!
      Gracias por los halagos. Madre mía el lío que hay montado con el último post de Orsai. Da para una serie.
      Por cierto, "lo tuyo" no ha acabado aún. Algún lector ajeno sigue el tema, por cierto, voy a liquidarte royalties.

      Elimina
  2. Si yo pudiera meter el mundo en 738 páginas tampoco me preocuparía mucho por cuánto tiempo me tome. Debe tener algo que ver con una ideología innata.
    Tardar años para terminar un buen libro. Tomaré eso como excusa por no postear más seguido. "Estoy terminando algo que te volará la cabeza" les diré, ja!.
    Saludos.

    ResponElimina
  3. El mundo entero no lo mete. Para los americanos sí, porque los USA para ellos son el mundo. Pero tú no tomes nota de esos consejos.

    ResponElimina

Segueix a @francescbon