dimarts, 25 d’octubre del 2011

TRES, CUATRO AÑOS

Para qué esperar ?. No esperaremos ya bastante, al menos yo, y el reducido grupo marginal que se presta a hacerme caso, para tener en las manos un nuevo libro del francés ?. Que Dios sabe cuándo será.
Pocas ocasiones se me prestan para sacar pecho tan ostentosamente. He leído todo Houellebecq. No puedo afirmar lo mismo de prácticamente ningún escritor. De Bolaño, porque reservo alguna de sus primeras novelas, para épocas de sequía.
De Kapuscinski, porque muchas de sus obras siguen intraducidas, y no acaban de interesarme sus ensayos, decididamente me gusta más su obra con un perfil más periodístico. 
De Hornby, porque empiezo a temerme que su lenta decadencia iniciada con (irónico) En picado motive un irreversible rechazo, por hastío y decepción. 
De Cercas, porque no hay manera de conseguir sus primeras obras. 
De otros, Roth, McCarthy, Ford, McEwan, por la extensión de su obra. Ya no digamos de Auster (aunque empiezo a plantearme si Auster me interesa de verdad, leeré algún día El palacio de la luna y decidiré).

Lanzarote es una novela muy corta, prácticamente poco más que un relato, que podría servir de prefacio a La posibilidad de una isla. Como un esquema apuntando el potencial de la novela definitiva. A pesar de su brevedad, Houellebecq no se priva de suministrar sus píldoras, en especial sobre uno de sus blancos habituales (el islamismo), y, como siempre, subliminalmente, sobre la sociedad de consumo que todo lo masifica, la que funciona a piñón fijo con la ley de la oferta y la demanda. Se me olvidaba, con mucho sexo y muy explícito. Cómo no. Es una novela menor, obviamente, pero complementa a la perfección a sus grandes obras, y hasta cierto punto (pero ésto puede que sea una apreciación personal producto de esta sensación finalizadora), se hace necesaria para apreciar la visión de conjunto.  Que son los grandes trazos presentes en su obra. El hombre de mediana edad como paradigma de la sociedad, al cual las paranoias levantan o lastran, ante la indiferencia de su entorno. La imposibilidad de una relación afectiva serena, ante la agresividad de su entorno. El capitalismo y sus dinámicas diabólicas como invitado de honor en mesas, camas, existencias, ante el interés de su entorno. Todos los personajes de Houellebecq parecen querer huir, parecen querer encontrar un lugar de recogimiento y calma, pero les es imposible encontrarlo. 
En medio de tal desbarajuste, Houellebecq entra con un machete con sus ideas, expuestas siempre con maestría. El grado de ironía, de desesperanza y amargura es lo que cambia. La visión del mundo es casi siempre apocalíptica, pero hay rendijas que dejan pasar luz, esa luz puede llamarse triunfo social, que permite pasárselo todo por el forro, decepción infinita, que permite pasárselo todo, también, por el forro, y los diversos apósitos que elegimos para mitigar esa apocalipsis : amor y sexo, en sus diferentes combinaciones.
Evidentemente, Houellebecq está mucho más incómodo cuando no le es posible anteponer la máscara de un personaje de ficción para expresar su ideario. En los textos de El mundo como supermercado , igual que en los de Intervenciones, el escritor se muestra algo más coartado, en ocasiones. Los libros de ensayo son como son: te gustan en función de que el tema te resulte interesante. La destreza del escritor ayuda, pero es difícil que solo un estilo literariamente eficaz nos acerque a temas que nos la traen floja. Michel no hace milagros.

No hay una conclusión final: con muchos de los mejores escritores de los últimos 20 años fallecidos, Houellebecq me sigue pareciendo el bastión absoluto de una especie de metaescritor total, no solo interesado en crear personajes sino en hacer que estos calen hondo. Lo más parecido al status de ciertas rock-star de los 70 (Ferry, Bowie, quizás Reed, tal vez Byrne), cuyo talento envidiamos (envidiábamos) por, simplemente, andar dos pasos adelante.

Hasta cuando, Michel ?

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