dimarts, 20 de setembre del 2011

PRONUNCIESE UEL-BEK

Cuando he ido a insertar la imagen de la portada del libro, el servicial editor de blogger me ha pedido en qué tamaño. Cuestiones de maquetación aconsejan el tamaño mediano, que permite una correcta proporción entre texto e imagen sin otorgar excesivo protagonismo a uno frente a otra. Pero me he quedado con las ganas de poner enorme.
Porque esa palabra sería lo que definiría, para empezar y sin anestesia, aunque sea consciente de que apenas han pasado unas tres horas desde que la he acabado, mi sensación tras sus 377 páginas, de las que he dado cuenta en apenas un día y medio.
Houellebecq es un escritor terriblemente ambicioso. Tras su aspecto frágil, algo enfermizo y demodé, se esconde un autor de fuerte temperamento, con una solidez y una fuerza espiritual inabarcable. Poeta que ensaya, filósofo que novela, todas las combinaciones son posibles en su prosa, rotunda, rica, quirúrgica, absolutamente entretenida, prosa en la que alterna de una manera certera y magistral pasajes de la más pura ficción con planteamientos vitales y sociales completamente acertados, puestos en boca de sus personajes, del narrador, reflexiones que juega a que creamos ajenas pero sentimos cercanas. Hipótesis rabiosamente actuales sobre qué hacer y qué no con este tinglado que es nuestro envejecido y desorientado primer mundo. Cómo asoma la punta del deseo, cómo se desvanece. Qué hilos tejen  las relaciones humanas, el sexo, el capricho, la codicia, la coincidencia, la afinidad. Rabiosamente contemporáneo. Eso no es una sorpresa en Houellebecq, pero cuando uno ve como Frédéric Beigbeder intenta alcanzar esas cotas, a base de usar trucos muy parecidos (ser diletante, ser nihilista, ser técnico, ser explícito en las escenas sexuales), y no llega, entonces se llega a la conclusión de que el talento y la ambición de Houellebecq son dos poderosas fuerzas que ejercen un magnetismo descomunal. Decían que se había ablandado, que el premio Goncourt lo había ganado con su novela menos áspera y menos atormentada. Quizás lo parezca superficialmente, pero es sólo un giro más en su resplandeciente originalidad. Verse a sí mismo (me estoy acostumbrando a estas figuras ) como una parte de la acción, verter opiniones sobre su persona y su obra (supongo que extraídas en algún sentido de sus propios aduladores y de sus propios críticos : la conclusión-promedio es que es un buen escritor, puesta en boca de una persona no habituada a leer), es un juego privado con el lector, juego que funciona poderosamente: como en los mejores pasajes de los libros de Cercas, la complicidad emana de manera espontánea. Su foto, en el encarte, es la de un hombre tímido y con escaso éxito social: su personaje en el libro viene a ser definido como pareciendo ser feliz. El vitriolo no ha desaparecido, simplemente se dosifica y se mezcla con algo dulce.
Como ayer con The Wire o en mi ya lejana serie casi monográfica sobre Scott Walker, a uno le gustaría hallar las palabras precisas que indujesen a quien me lee a ir a la tienda y gastarse los 21,90 euros que cuesta la primera edición de este libro. Podría decir que uno puede gastarse ese dinero en una comida que no le llegue a satisfacer del todo como este libro lo hará. Podría mencionar que una camiseta, o una falda,  o una corbata más en el armario no suministrarán el placer que esta novela expansiva, rutilante, profunda puede darnos. Debo hacerlo porque desde el momento preciso que he leído su última página, he pensado en tantos otros libros vanos, superficiales, ligeros, que pueden costar ese dinero, y me he sentido en deuda con su autor.
Si hay justicia, uno de los libros del 2011.


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