dijous, 28 de juliol del 2011

HASTA AHORA SIN TITULO - A VECES PASA

Sí me acordaba de Cabaret Voltaire, misterioso anónimo. Y de Japan, claro, aunque su sintonía era más bién estética. Pero no compré discos de Cabaret Voltaire, no me acababan de convencer a pesar de ser de Sheffield. Su sonido no me convencía y sus pintas me inquietaban algo. Había uno de ellos que no tenía cejas. Me resulta inquietante la gente sin cejas. Las señoras que se las pintan encima sin tenerlas (porque han abusado de las pinzas y allí ya no crece nada) me dan miedo. Porque se parecen a Nina Hagen ??. Un misterio.
Supongo que dentro de las visitas a ese parque temático de la cultura pop que es Londres no debe faltar una visita a la boutique que montó Vivienne Westwood, famosa desde el momento en que la llamaron algo así como la modista del punk. Ahora el punk ha sido fagocitado por la industria y su influencia, aquella que en 1977 era malévola e insana y diabólica, se reduce a una cíclica vuelta del cuadro escocés, del imperdible como elemento decorativo (indudable precursor del piercing), y de la más o menos estable estancia dentro de los must tanto de los tejanos rotos o deshilachados como de las camisetas con estampados agresivos. Mucho menos dejó el speed garage, y mucho menos dejará el dubstep. El punk también dejó algún suicidio ilustre, a John Lydon gordo, a Jah Wooble desaparecido. Quizás estos días algún iluminado analizando el malditismo del pop llegue a la conclusión de que Amy Winehouse tenía algo de punk. Quizás la absenta estuviera entre algo de lo que se tomó y la envió al otro barrio. He bebido absenta un par de veces, me recuerda algo al Ricard o al Pernod o a esa cosa que usan los franceses de aperitivo. La bebí en el entorno más auténtico : en un bar de mala muerte de la calle Sant Pau, pleno Barrio Chino, aunque los puristas dirían que no, que barrio chino es Robadors y Sant Jeroni y Tàpies, esas calles donde el caballo corría en los 80 que se las pegaba. La bebí en una mesa con cuatro punkies, y yo con mi cazadora azul marino pero más coherente que ellos, porque yo no necesitaba autodestruírme para ser auténtico. Claro, alguien debía levantar acta de aquella extraña mesa para la posteridad. No es que los otro cuatro fueran todos auténticos. Mi primo era el punk más auténtico cuando se vestía de punk y necesitaba abrir las cremalleras laterales para embutirse, flaco que estaba, en aquellos tejanos. Pero al otro día podía ser tan auténtico como new romantic o pirata a lo Adam and the Ants. 
Los otros tres: ni idea. 
Las estadísticas más halagüeñas dirían que de los otros tres, uno moriría por sobredosis, o por SIDA asociado al consumo de heroína, pues no le daría tiempo al pobre a que la ciencia avanzase lo suficiente para dejarlo en un status de enfermo crónico. El policía que lo había detenido un par de veces, convencido de que no era un mal chaval, asistió a su entierro y luego se sentó en un bar a tomarse un cortado con un croissant. 
El segundo acabaría trabajando en algún almacén o de vigilante en un párking, aburrido trabajo donde de vez en cuando se arremangaría y miraría ese tatuaje, pensaría algún día que qué bién y otro que qué mal habérselo hecho. 
La chica terminó casada con algún antiguo amigo del colegio que decidió dar un paso adelante cuando la vio tan jodida, ya le decía su madre que era amiga de la de la chica. Malas amistades se la llevarán a la tumba. Decidió olvidar las brumas de su pasado y hacer de ella un ama de casa. Pero las cosas se torcerían y acabó malviviendo, haciendo bisutería y vendiéndola en una parada de la Rambla, conviviendo con putas y camellos y tironeros. Cuando decidió ser madre le dijeron que tenía anticuerpos, y lo dejó correr.

Sé que es mucho Marc Almond últimamente, pero publicó un disco que se llamaba Absinthe. Aunque creo que ya lo dije.





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