dimarts, 29 de març del 2011

CEJAS QUE SE ARQUEAN

Leí una historia sobre las primeras máquinas de fax. No la voy a explicar, pero acababa con conclusiones muy poderosas y de las que empresarialmente se podía aprender mucho. 
También he leído consejos de Mark Cuban, a cuya figura me ha llevado la curiosidad al verlo interpretándose a sí mismo en varios capítulos de la séptima temporada de Entourage (portentosa, dinámica, ágil). Y he visto a una antiquísima compañera de instituto, Lali Sandiumenge, escribiendo un blog online sobre los acontecimientos del mundo árabe. Luego, a un ex-compañero de despacho abriendo cuatro páginas web, sobre todas sus filias (y aún creo que se queda corto pues, afortunadamente, le gustan muchas cosas). Todas estas cosas me han  hecho pensar en esa simbiosis con el blog de 6Q y ese mundo particular (pero que no tiene vocación de particular) que se ha montado. 6Q siempre se queja (hace treinta años no te quejabas tanto, chaval !!) de potenciales ideas que mutuamente nos pisamos, y el pisarse mutuamente me recuerda a los bailes agarrao, y de ahí a Sergio Dalma ( y Sergio Dalma me envía a lavabos públicos donde no dejaré pintadas, de momento).
Yo debería hurgar en mis propios baúles mentales para sacar ideas, pero me imagino que ese libro sea un best-seller de algún conocido autor, y mi única condición excluyente, aparte de las obvias, sería Isabel Allende, y no creo.
Me ocurre con los best-sellers que me recuerdan esa dinámica empresarial de la inversión y me incomodan, dado como soy a artistas potencialmente suicidas que dejan descuidados sus obras por los rincones (y esos rincones no tienen control de difusión ni copyright). Veo que los Pet Shop Boys editan un disco con una obra para ballet, y mi ceja se arquea, se arquea de una manera inhumana, casi como un cable que llega a grinyolar (y no encuentro una palabra en castellano que iguale esa sensación... crujir, crepitar ??), pues de repente ese giro en la carrera pienso que me va a doler hasta físicamente (como Rufus Wainwright escribiendo una ópera), para obtener un cierto respiro al comprobar que esa música aún conserva una pulsación electrónica muy notable, que supera a su previsto clasicismo. Aún es pronto para enviarlos al infierno. Nadie ha ido a la tienda a cambiar su arsenal de sintetizadores y secuenciadores por un stradivarius. Nada está perdido, y esa música, a la que me cuesta asociar señoras con tutú y moños apretadísimos (alguien puede que acabe notando mi escepticismo hacia el ballet clásico), se acaba deslizando sinuosa, con cierta elegancia, sinuosa como esas suaves curvas de la calle Balmes, primera calle de Barcelona de la que hablo aquí con cierta intención, mira por dónde, otros hablan de rincones escondidos y encantados y encantadores, yo me entrego a una larga calle dónde resulta placentero, en las condiciones adecuadas, conducir con cierta alegría (prudente alegría, aclaro), desde esas señoriales fincas del Putxet hasta morir en la acanallada calle Pelai.

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